Como aficionados al futbol tenemos un problema con Cristiano Ronaldo: no sabemos dónde colocarlo. Por un lado, vemos la carrera de un futbolista legendario y por otro, al futbolista enredado en la naturaleza del ocaso. En apenas un par de temporadas hemos dejado de admirar su portentoso pasado para concentrarnos en su desgastado presente y su complicado futuro.
Crisitiano no juega, no anota, no compite, no pesa, no comparte y no habla: está enfadado con el tiempo, al que no ha sabido encarar. Por si fuera poco, ese tiempo que le muestra la realidad, hoy lo enfrenta con un “joven dinamita” que está empezando a marcar registros descomunales de productividad en la misma ciudad. No se trata del chico de al lado, sino de un jugador llamado a sustituir con sus goles en el mercado, la figura de un goleador indispensable para entender la historia del futbol.
En este momento, comparar a Cristiano con Haaland es una blasfemia, en algún momento nos parecerá una grosería, pero llegará el día en que esa comparación se vuelva algo normal; es decir: cosa del día a día. Cuando eso suceda, Cristiano estará retirado y solo acudirán los números y los títulos en su defensa.
Y aquí es donde está el problema: mientras Haaland ha sabido cómo llegar, Cristiano todavía no sabe cómo irse. Hace unas semanas vimos el retiro de Roger Federer al que recordaremos por tres cosas: cuánto ganó, cómo lo ganó y cuándo decidió dejarlo en manos del deporte con humildad, generosidad y caballerosidad. Federer fue un maestro durante toda su carrera: desde el primero hasta el último día, aprendimos algo con él.
Con el Mundial en el horizonte y una inexplicable lucha con el United, el otoño y el invierno serán estaciones muy duras para un deportista que merece toda nuestra calidez como aficionados. Pasarán los años y no veremos otro Cristiano, pero el primero que debe entender que los años pasan, es él.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo