Cuando Maradona se volvió Maradona, el mundo sentía fascinación por esa clase de deportistas que cruzaban la línea del campo para convertirse en figuras sociales, iconos culturales, activistas políticos, caudillos civiles, capitanes revolucionarios y rebeldes sin causa.
De esta manera, Maradona se ganó un nombre en las calles, una pintura en las bardas y un altar en los barrios: era un hombre imperfecto encerrado en el cuerpo del futbolista perfecto.
Tan defectuoso como virtuoso, Maradona encaraba todas esas pesadillas a las que los hombres comunes y corrientes tememos, y alcanzaba todas esas maravillas con las que soñamos. Aplaudido por ángeles y demonios, ningún jugador en la historia ganó tantos partidos entre el cielo y el infierno.
Contra esa imagen tallada por el sufrimiento y la identificación popular, Messi jamás podrá competir, porque la imperfección de Maradona era precisamente, su mayor virtud.
Empeñados en elegir a uno, el duelo Maradona-Messi continúa dividiendo a dos generaciones de aficionados: la de Maradona, acostumbrada a ver un fútbol en el que las selecciones nacionales dominaban el panorama; y la de Messi, donde los clubes contribuyeron como nunca al desarrollo del juego.
A las puertas de otra Final en la Copa del Mundo, el futbol pide a Messi superar a Maradona, lo que nadie sabe es en qué. Quizá sean los seguidores de ambos dieces, unos devotos y otros paganos, los que pretenden ganar un partido que solo pertenece a ellos: a pesar de ser un juego, algunos solo vemos un par de genios donde otros necesitan encontrar patriotas.
El próximo domingo, cuando Messi levante la Copa o se despida de ella para siempre, seguiremos comparando a dos jugadores incomparables. No fue su forma de entender el futbol, muy parecida, sino su forma de entender la vida, lo que les separa.
Para Maradona el futbol era cuestión de vida o muerte, para Messi solo era vida.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo