Hace muchos años cuando la televisión deportiva mexicana podía disfrutarse en familia y funcionaba como un electrodoméstico más, el programa dominical Deportv transmitía un par de veces al año las giras de los Harlem Globetrotters: una organización deportiva formada por ex jugadores de la NBA que interpretaban el basquetbol como un espectáculo cómico, acrobático y musical; eran el equipo más divertido del mundo y el principal promotor de la Liga.
Viéndolos jugar todos sus partidos contra los Generales de Washington, a los que derrotaban siempre, pregunté a mi papá por qué los Globetrotters no jugaban contra los Lakers de Johnson y Jabbar, los Celtics de Bird y Parish o los Sixers de Julius Erving y Moses Malone.
La lógica de un niño es muy simple: si Lou Dunbar, Curly Neal y Hubert Ausbie podían anotar desde media cancha, pasar el balón por la espalda, botarlo entre las piernas de sus rivales, driblar hasta decir basta, saltar como gimnastas y clavarlo en la canasta, podían ganarle a cualquiera; Lakers, Celtics y Sixers jugaban al basquetbol, pero los Globetrotters hacían magia.
Con el tiempo me explicaron que el deporte era muy serio, que competir es muy duro y que ganar es todo; entonces la magia de Dunbar, Neal y Ausbie desapareció y mi forma de ver el juego cambió: ahora se trataba de ver quién ganaba o quién perdía, no quién me divertía.
Analizando la primera jornada de la Kings League sigo sin agarrarle el gusto, encontrarle el chiste y entenderle a un show que mezcla celebrities, influencers, polemistas, futbolistas y ex futbolistas con el objetivo de ganar audiencia y perder la vergüenza en relación al auténtico futbol.
Debe ser la edad o mi tradicional espíritu deportivo, pero no tengo ningún interés en la versión original, la Kings League, ni en su mala calca, la People’s League, más que el de saber qué hizo mal el viejo futbol para alejar a todos estos muchachos.