Hubo una época donde los partidos amistosos eran todo un acontecimiento; por su definición, tener amigos o hacer amigos, representaban un acto de caballerosidad, de honor y compromiso entre clubes, federaciones o países.
Los antiguos amistosos tenían tres características principales: una causa, una conmemoración y una historia, pero con el tiempo y la industrialización del futbol esos principios se olvidaron hasta volverse partidos de preparación y entrenamiento que perdieron el interés del público: empezaron a meterse con calzador rellenando con paja el calendario, los estadios y la televisión. Carne de agencias y promotores, el mercado de los amistosos se saturó poniendo en riesgo lo más valioso que tiene el futbol: el cosquilleo de la afición previo a un partido y el instinto de los jugadores por competir.
Ayer, españoles e italianos amparados por la UEFA dieron cátedra de cómo convertir los viejos amistosos en nuevas batallas jugadas en buena lid: España venció a Italia en semifinales de la Nations League (2-1) en un partido que bien pudo etiquetarse en una Eurocopa de Naciones. Partidos así, jugados con poso y seriedad, devuelven la credibilidad que el futbol de selecciones nacionales había perdido desde que se instauraron las aburridas Fechas FIFA para regular el mercado de los amistosos.
La Nations League, una versión de los clásicos campeonatos continentales, pero extendida por las hojas calendario puede parecernos una Copa sin brillo, ni prosapia, pero funciona: mantiene la poderosa maquinaria del futbol europeo tres o cuatro marchas por encima del resto. De esta manera, los seleccionados europeos nunca dejarán de competir: eliminatorias europeas, eliminatorias mundialistas, Eurocopas, Mundiales, Nations League, Ligas Nacionales, Copas Nacionales, Conference League, UEFA Europa League y Champions League.
A este paso, no habrá quien pueda alcanzar su nivel.