En México, dos malditos son creadores de símbolos patrios, presuntamente venerados por gobernantes de todos los partidos y tendencias, orgullosos de portar o izar la bandera, de colocar el escudo en edificios públicos y documentos oficiales, de entonar el himno nacional.
Con la entrada a Ciudad de México del Ejército Trigarante, comandado por Agustín de Iturbide, el 27 de septiembre de 1821 comienza la vida independiente en nuestro país. Han transcurrido 200 años y seguimos utilizando en la bandera los colores elegidos por Iturbide. Él no está en el panteón de los héroes, pero ahí sigue la enseña tricolor. Por cierto, en su fugaz imperio esta llevó en el centro un águila coronada parada sobre un nopal.
Antonio López de Santa Anna, otro maldito, promovió la creación del himno nacional, interpretado por primera vez el 15 de septiembre de 1854 en el teatro Santa Anna, nombrado así en honor de “Su Alteza Serenísima”, sobre quien Enrique Serna escribió la excelente novela El seductor de la patria (Joaquín Mortiz, 1999). En una reseña publicada en Letras Libres, Juan José Reyes comentó: “este seductor de la patria se la pasa vanagloriándose, justificándose, dando razón de sus actos en nombre de las inalterables insuficiencias de los otros, del país, de la historia mexicana y sus circunstancias”. Al parecer, el himno no es la única herencia de Santa Anna, su ejemplo persiste y en la actualidad el gobierno mexicano tiene en sus adversarios y en el pasado una insuperable justificación de sus decisiones. Una de estas podría ser cambiar dos de los símbolos de identidad nacional, total, el himno nunca fue del agrado de los liberales y la bandera fue imaginada por un fifí y ambicioso vulgar.
Así, a falta de otras cosas (seguridad, empleo, educación, desarrollo científico, salud, etcétera.), el legado de la 4T sería no solo el cambio en los nombres de calles y la jubilación de monumentos, sino también un nuevo himno nacional y una nueva bandera (guinda), conservando el escudo por ser parte de la mitología prehispánica.
Queridos cinco lectores, con tristeza y el imborrable recuerdo de antiguos desvelos en el Baby’O, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.
José Luis Martínez S.