Una caricatura del maestro Daniel Camacho arrastra al cartujo por el túnel del tiempo. De pronto se mira, sin el ultraje de los años, frente a una pequeña televisión en blanco y negro con antena de conejo, riendo a carcajadas con las ocurrencias de Mauricio Kleiff, inolvidable guionista de Los Polivoces, con personajes como Naborita (Enrique Cuenca) y su amado hijo Gordolfo Gelatino (Eduardo Manzano), un zángano cuarentón y narcisista.
Más allá de la nostalgia, piensa en Gordolfo como paradigma de esta época en la cual, para tantos próceres de la 4T, todo es faramalla y el menor esfuerzo resulta extenuante —algunos de ellos nunca han sabido ganarse el pan con el sudor de su frente, atenidos a las dádivas familiares o, aún más, a los generosos réditos de oscuros negocios realizados al amparo del poder, como tantas veces se ha documentado sin abollarles el blindaje de la impunidad.
La desobediencia de estas personas a los sermones de austeridad del eremita de Palenque es evidente, como lo es su abierto desafío a los llamados de Claudia Sheinbaum a la moderación. Por ejemplo, al preguntarle en Palacio Nacional sobre las vacaciones en Japón de El Junior Antes Conocido Como Andy (perdón por el sacrilegio, venerado Prince), aunque dijo negarse a entrar en debates, expresó: “Mi posición la voy a defender siempre, porque es mi convicción: el poder, cualquiera que se tenga, se debe ejercer con humildad y sencillez”. El aludido no se quedó callado y —como observó Elia Castillo Jiménez en El País— en la carta donde explica las circunstancias de su viaje, desliza una indirecta: “desde niño aprendí, posiblemente antes que otros, que el poder es humildad”. Más claro ni el agua bendita de Macuspana, a él nadie puede enseñarle nada, todo lo aprendió de su santo padre, quien escondido en su quinta del sureste mueve los hilos y reescribe la historia de este país.
Gordolfo era gracioso, los nuevos ricos del régimen son patéticos, y amnésicos, olvidaron algo fundamental: la vanidad es el pecado favorito del diablo, por eso se achicharran en el infierno de la maledicencia y el descrédito.
Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.