En 2007, la policía de Connecticut encontró los restos de tres personas en una zona boscosa detrás de un centro comercial. Los cadáveres se guardaron en las instalaciones forenses de la localidad, mientras se investigaba cómo habían llegado a ese lugar.
Ocho años después (2015), la policía no había podido resolver el acertijo de 2007 cuando, en el mismo sitio, sobre Hartford Road en New Britain,aparecieron otros cuatro esqueletos.
Las autoridades carecían de cualquier pista que los llevara despejar la incógnita.
Casi a finales de 2015, un reo solicitó hablar con el director de la Institución Correccional de Cheshire (donde purgaba condena), pues decía tener una información que podía ser útil para el curso de las investigaciones que la policía tenía a su cargo.
El reo explicó que su compañero de celda le contó sobre su “jardín”, un lugar boscoso donde enterró a las mujeres que asesinó entre enero y octubre de 2003. “¿Cómo se llama su compañero de celda?”, preguntaron los agentes. “William Devin Howell”, respondió el reo.
Las autoridades tenían la hipótesis de que los cuerpos rescatados detrás del centro comercial de Hartford Road pertenecían a personas asesinadas por un solo individuo. Howell podía ser la solución al misterio.
William Howell estaba en prisión desde 2005 por ser el principal sospechoso de la desaparición en 2003 de Nilsa Arizmendi, una prostituta adicta a la heroína. La orden de arresto ocurrió después de que los agentes encontraron rastros de sangre de la mujer en la camioneta Ford Econoline 1985del individuo.
Tras una larga investigación y posterior aceptación de culpabilidad, Howell fue condenado en noviembre de 2017 a 360 años en prisión, que el hombre purga en la Correccional de Cheshire.
De las siete víctimas de Howell, una de ellas era transgénero. Todas se dedicaban a la prostitución y tenían problemas severos de consumo de drogas. Fueron contactadas por el asesino en bares o en alguna carretera pidiendo aventón.
Howell se divertía con sus presas violándolas y torturándolas hasta que se aburría de ellas, y entonces las mataba. Con el cadáver de una de sus víctimas, Melanie Camilini, tuvo que dormir dos noches, pues, a causa del frío, le resultó imposible salir a buscar una locación donde enterrar el cuerpo.
José Luis Durán King