La fascinación pública por los asesinos es un fenómeno que acompaña a las sociedades de Occidente desde hace más de un siglo. Por su proyección mediática, el primer gran homicida que viene a la mente es el inglés Jack El Destripador.
Pero Jack no fue el primero en despertar el interés mórbido de la gente. Antes, Grupo Planeta / Iván Giménez, las “marimachas”, “viejas” y un sinfín de adjetivos que endosaban a las mujeres que habían “violado la confianza de sus seres queridos”, asesinándolos mediante la hoy mítica taza de té envenenado.
Vale la pena hacer una breve pausa para revisitar la palabra “fascinar”, la cual deriva del verbo latino “fascinare”, que significa encantar, hechizar. Asimismo, “fascinare” proviene del vocablo “fascinum”, que además refiere a un amuleto en forma de falo que muchos hombres utilizaban para protegerse de la “ojeada”, es decir, del mal de ojo.
Los dos siglos más recientes han consolidado la fascinación pública por los asesinos, sobre todo por los pluralistas. El periodista Michael Bond, en su artículo “Why are We Eternally Fascinated by Serial Killers?”, publicado por la BBC el 31 de marzo de 2016, describe un lugar en Pennsburg, Pensilvania, que bien podría ser una galería pública, solo que no lo es.
Se trata de un despliegue de imágenes de mutilaciones, calaveras, fracturas, mujeres en posiciones sexuales explícitas. ¿Quiénes son los artistas? Quizás no sean muy famosos en el mundo del arte, pero en el universo delictivo tienen nombre y apellido, como John Wayne Gacy, Charles Manson y Richard Ramirez.
Para el escritor estadunidense Harold Schechter, dicha fascinación –que incluso convierte en sitios turísticos los inmuebles y calles donde intervino alguno de estos modernos hombres lobo— no es sino una “especie de histeria colectiva”, pues llama la atención que los asesinos seriales son responsables a lo mucho de 1 por ciento de los asesinatos en Estados Unidos, cifra que sorprende si se compara con la construcción que Occidente, en este caso Estados Unidos, ha levantado en torno a los predadores pluralistas hasta convertirlos en personajes de una mitología.
José Luis Durán King