Con el pretexto de buscar armas de fuego, el 5 de febrero de 2002 la policía allanó la propiedad del granjero Robert Pickton, quien en realidad era el principal sospechoso de la desaparición de algunas mujeres.
Aparentemente, las autoridades de Columbia Británica, Canadá, no encontraron elementos para arrestar a Pickton, por lo que este fue absuelto bajo supervisión judicial.
Sin embargo, el 22 de febrero los uniformados regresaron con los formatos necesarios para detener a Robert Pickton, acusado de asesinato en primer grado de dos mujeres. Sereena Abotsway y Mona Wilson fueron las primeras de una larga lista de víctimas del granjero Pickton, quien también criaba cerdos.
El 2 y el 9 de abril del año referido, así como el 20 de septiembre y el 3 de octubre fueron fechas en las que Pickton fue notificado de varios hallazgos más, alcanzando la cifra de 15 asesinatos.
Pocas veces se menciona el costo al que asciende una investigación en torno a un homicida múltiple. En el caso de Pickton, para 2003 las autoridades habían desembolsado un aproximado de 70 millones de dólares canadienses para evitar que el granjero escapara a la acción de la justicia.
Las excavaciones y demoliciones en la propiedad de Pickton desvelaron secretos que sorprendieron incluso a los policías de mayor experiencia. Las investigaciones forenses no fueron suficientes para determinar el número y las causas de muerte de las víctimas.
Los policías observaron que la carne en estado de descomposición era devorada por los cerdos que se paseaban libres como perros por la granja.
El factor de la carne y los cerdos derivó en que el gobierno canadiense ordenara una investigación exhaustiva para determinar el destino de los filetes. Los reportes señalaron que parte de la carne que molía Pickton era humana y que esta se mezclaba con la carne de cerdo, la cual fue vendida a varios de los amigos del granjero e incluso a la policía local. La carne nunca llegó a los mercados de la localidad.
Robert Pickton asesinó oficialmente a 27 mujeres, la mayoría de ellas indígenas. El asesino, en una conversación que sostuvo con un compañero de celda –que en realidad era un policía infiltrado—, presumió que había terminado con la vida de 49 mujeres.