Hay hombres que salen del armario para expresar que lo suyo es la ropa interior femenina, con sus colores y texturas. Es lo que los vuelve locos, es lo que sacude su monotonía sexual.
Para el fetichista, las prendas íntimas son su fuente principal de excitación. El deseo, en ese caso, puede explotar con el simple roce de la prenda, el aroma también juega su parte, incluso un máximo deleite puede ser vestir la ropa interior de la vecina, la tía, la esposa e incluso de la madre.
El fetichismo por la ropa interior alcanza otro nivel si la atracción y el goce sexual llegan cuando el individuo huele o toca prendas interiores sucias, sobre todo si estas traen residuos, por ejemplo, de semen, flujo vaginal, excremento, sangre, o todo junto. A esta parafilia se le conoce como misofilia. Hace algunos años, un compañero de trabajo me confió que, en ocasiones, antes de dirigirse a la estación del Metro, tomaba del cesto de la ropa sucia una pantaleta de su esposa, la guardaba en el interior de su saco y se marchaba feliz a la oficina.
Un misófilo fue el actuario Edward Isadore Savitz, quien era todo un personaje en Filadelfia. De acuerdo con la policía local, desde 1975 el hombre ofrecía dinero, entradas para conciertos o partidos de basquetbol a los adolescentes a cambio de su ropa sucia.
A Savitz también le gustaba practicar el sexo oral a los menores que lo visitaban en su departamento de Rittenhouse Square, además de que algunos de ellos recibían una cantidad extra de dólares si sodomizaban o defecaban en la boca de su anfitrión.
Cuando Savitz fue arrestado de forma definitiva el 25 de marzo de 1992, la policía encontró en el domicilio del actuario decenas de cajas de pizza en cuyo interior había heces de sus “donantes”, así como más de cinco mil fotografías de niños y 312 bolsas de ropa interior infantil sucia.
La alarma de Filadelfia sonó cuando las autoridades señalaron que Ed Savitz, a quien los muchachos conocían como Tío Ed, dio positivo en la prueba del sida, pues el sujeto nunca cambió sus hábitos sexuales pese a que sabía que padecía VIH.
Savitz nunca recibió condena, murió por complicaciones de la enfermedad en un hospital de la prisión el 27 de marzo de 1993, una semana antes de que su juicio comenzara.