La semana pasada recibí algunos comentarios de amables lectoras y lectores que opinan que tener un producto “moral” para venta en cadenas de supermercados no tendría mucho éxito en nuestro país dada la idiosincrasia y características que tenemos como sociedad, pueblo y país.
La realidad es que es difícil no darles la razón cuando vemos que los aztecas cayeron frente a los españoles en la Conquista no por la superioridad numérica de los europeos, sino por la venganza de los propios pueblos indígenas que estos sometieron y obligaron a pagar diversos tributos.
Los españoles que venían al “nuevo mundo” en construcción –después llamado “América” como continente– tampoco cantaban mal las rancheras. No eran ejemplo de moralidad, estricta religiosidad, cultura o corrección social. Muy por el contrario, eran aventureros que en muchas ocasiones no tenían acomodo en las estructuras sociales peninsulares hispánicas y por ello llegaron a conquistar tierras, hombres y mujeres a lo que hoy es México, porque les atraía el poder, la riqueza y el despojo a los habitantes originarios. La religión, las leyes, la cultura y la técnica llegaron por añadidura para lograr el primer y más concreto objetivo: la expoliación.
No se puede esperar mucha “moral” de quienes percibían la Nueva España y demás territorios americanos conquistados por españoles como el lugar ideal para cometer dichas acciones. Lo mismo pasó con las demás partes del continente sometidas por otros europeos.
El punto medular de todo esto es que la religión judeo-cristiana, que lleva desarrollándose desde hace más de dos mil años en Occidente, [y muchas más religiones y cultos] aún hoy, en pleno siglo XXI no logran hacer que en nuestra sociedad mexicana prevalezcan los valores morales sobre las simples decisiones de conveniencia personal: el interés y la ambición individual superan cualquier consideración de grupo o colectivo.
Con honrosas excepciones, un amplio segmento de hombres y mujeres mexicanos (comenzando por gobernantes y políticos -as) privilegian su comodidad y disfrute personal sobre las normas, sean civiles, religiosas o de convivencia.
El ser humano se distingue de otros seres por su conciencia de estar en el mundo y por sus valores éticos. Sin una valoración ética de la vida nos convertimos simplemente en homínidos que a lo mejor seremos superados por los primates. Vivir para comer y reproducirse sin un sentido de la vida en sociedad: existir por y para los demás.
Si tuvimos un gobernador y encumbrado político (Gonzalo N. Santos) que hace bastantes años dijo que la “moral” es un árbol que da moras; ¿qué podemos esperar del motociclista o del automovilista que se pasan un alto, o se estacionan en donde está prohibido y demás trapacerías viales? Y todo porque es más cómodo pensar en “uno” que en el “otro”.
Y si alguien se encuentra algún objeto o documento perdido, muchas veces no piensan en regresarlo, sino en apropiárselo. Y así se han hecho fortunas y riquezas: expoliando tierras, haciendas y propiedades. “En México lo que es de todos no es de nadie”, dicen. Y así encontramos políticos y gobernantes como comuneros y ejidatarios –San Francisco de Ixcatán, en la barranca de Oblatos, es un claro ejemplo–. Y a hincarle el diente.
Da flojera ya leer los diarios; y ver y escuchar noticieros que hablan del enésimo caso de corrupción, que no será castigado como se debe –por las “peculiaridades” de nuestro sistema jurídico. Y un Sistema Nacional Anticorrupción que no ha funcionado porque es un entramado de pasos y procedimientos interminables.
Pero detrás de un corrupto hay un corruptor, y el ciudadano particular puede que jamás sea castigado porque las complicidades son el mejor pegamento.
Entonces… sí, la semana pasada tuve una omisión. Los supermercados de la moral también deben establecerse para el ciudadano común. No solo para los altos jerarcas, los ricos(as), los(las) gobernantes y políticos(as). Nos hemos olvidado de este bien intangible que nos hace mujeres y hombres de verdad. Y nos hace diferentes de los demás animales que habitan la Tierra: tener y practicar una vida con “moral” es la única manera de que la especie humana persista en este planeta. Y si no; ahí está lo que queda de Gaza y sus habitantes, como triste ejemplo de una grave carencia ética de los poderosos de este mundo. Y las demás guerras, invasiones y conflictos que a lo largo de la historia han sido documentadas por unos y padecidas por otros.