La popularidad del divorcio se ha disparado en los últimos decenios con una característica preocupante.
Muchos de ellos son jóvenes menores de veinte años que abandonaron la escuela, tuvieron uno o varios hijos y se separaron antes de llegar a la llamada juventud.
Las razones para divorciarse son la incompatibilidad de caracteres, los problemas económicos y que después de todo quieren seguir divirtiéndose y ver quién les cría los hijos.
Se quedan fuera de la competencia por los buenos empleos o carreras largas y productivas.
Lo que debieran hacer las escuelas es organizar a sus alumnos casados para que platiquen sus experiencias en esos enlaces prematuros y esperar que eso sirva como vacuna para los adolescentes más chicos que toman a aventura el casarse aunque no tengan un quinto ni dónde meter la cabeza.