
Dicen que el porcentaje de sal que boga en océanos y mares equivale exacta y proporcionalmente al mililitro salino que brota del lagrimal humano. De ser eso cierto, verifiquemos que una sola gota de sangre es en realidad torrente y manantial, caudal y hemorragia de toda la sangre inocente que se vierte a diario en este planeta. Estos párrafos llevan más de un año llorando la sangre derramada en Ucrania y año con año la derrama cíclica y descarada de miles de litros de sangre mexicana, pero hoy no hilo sílabas en el culpable testimonio de litros y litros y más litros de sangre de niños y ancianos, niñitas y ancianas, mártires de la franja de Gaza.
Todos víctimas del terrorismo; todas las muertas aterrorizadas más allá de sus propias vidas… toda la sangre empolvada por arena de los desiertos y escombros de los edificios derrumbados. Una gota de sangre salpica el lente con el que un muerto filma la sombra de otro muerto y otra gota de sangre empaña el telefoto de una cámara digital aunque aún más analógica que nunca. Es un hilo de sangre que reptaba silenciosamente en la impalpable imaginación de Macondo y ahora se ha dibujado olorosamente y dolorosamente en las aldeas destrozadas y las cunas vacías.
Una gota de sangre debería ser la condecoración para el sádico militar que decide masacrar a los habitantes de una escuela y la misma gota como palmarés del enloquecido fanático que decapita al prójimo por la irracional vehemencia de un miliciano religioso. Una gota de sangre es hoy el mapa más doloroso de la humanidad y es absolutamente imperdonable permanecer al margen e insensible en medio de la lluvia roja que nos empapa a todos a partir de una sola gota de sangre.
Mira los muertos y a los muertos en vida; observa los paisajes destrozados donde apenas hace unas semanas había música y convivencia cotidiana, niñas que corrían a carcajadas y un niño que aprendía palabras con la ayuda de unos lápices de colores… y todo se funde en un plano hipnótico, oscilante y muy cercano a lo demencial cuando caigas en la cuenta de que esa lágrima que sale de la orilla más íntima del ojo no es más que una gota de sangre.