Desánimo, desidia… desahucio; o quizá, debilidad al filo de debacle. Son las lánguidas notas del Blues del Ómicron que se filtra en los músculos (adoloridos sin esfuerzo previo) y en la mente (atormentada incluso en silencio), una melodía a unos días de la vacuna del refuerzo, que ahora se retrasa hasta que pulmones y pensamiento vuelvan a encarrilarse con la debida ecuación del sístole y diástole… y la canción exige gratitud por seguir en vida, habiendo tantas víctimas que se han ido con las anteriores variantes y los imperdonables olvidos y mentiras, simulaciones y retrasos que congestionaron la respiración de millones. Gratitud por los heroicos médicos y trabajadores de clínicas y hospitales, las enfermeras infalibles, los ambulantes y las ambulancias… y recrecido desprecio por los acólitos de la estadística, los funcionarios disfuncionales y los infectados inexplicablemente inmunes.
Languidez y letargo, lentitud y largas horas de sueño, siguen en la partitura de la variante enésima del virus del siglo. Todo se ralentiza y se expande como reloj de Dalí, todo se vuelve chicloso, pegajosa melaza y saliva pesada, incluso cuando se supone que ya se esfumó el bicho en las pruebas. Uno se queda mirando al vacío como mandarín en Gujan, como espejo empañado y se cuela un tufo de alivio no exento de dolores, un olor a callado y un recuerdo intacto de los días de décadas pasadas, los abrazos en masa, los besos sin mascarillas.
La letra de estos azules días es monótona y repetitiva, quizá porque es la música que se escucha al fondo de tantas ausencias: cafés que no sobrevivieron al encierro y prójimos que se adelantaron a la primavera; un nuevo catálogo de desempleos y la larga nómina de los difuntos. Es una letra ecuménica que se canta en todos los idiomas y se vierte en alas de saxofón y piano triste. Es una letra que se escribe en el vaho de las ventanillas de un tren que no tiene regreso y en la puerta de las casas que han quedado abandonadas y sin embargo, como réquiem de siglos pasados o ritmo funerario de Nueva Orleans, de pronto parece transformarse en una elegía de felicidad y promesa porque se vislumbra allá lejos el prometido amanecer de una renovada respiración donde todo este tedio se ha de convertir en memoria.
Jorge F. Hernández