Cultura

La rara Navidad

Mañana, al amanecer, habrán vuelto a desfilar por la madrugada del insomnio los fantasmas del pasado, presente y futuro que se nos aparecen a todo Scrooge, cada año, para aminorar la marcada intolerancia a la estulticia ajena, aumentar las dosis de paciencia ante nocivas o necias distracciones y despertarnos la resignada gratitud por tantas bendiciones —invisibles, impalpables e incluso indecibles— de las que abrevamos a diario.

A la primera hora, como en un sueño, levitará la neblina azulada donde nos vemos en el espejo de la propia infancia, en navidades pasadas donde el mundo entero dependía de los horarios inciertos de un tren de juguete y al sonar la segunda campana se instalará de pronto el ánimo del hoy mismo, y sin que se empañen los cristales de los párpados, se verán claramente las caras de todos los que hablan bien de uno a nuestras espaldas, los que pasan penurias y pendencias que deberán servir de contraste a las nimios estorbos y mínimos problemas de los que nosotros nos quejamos hasta que sueña y suena la hora inesperada, el escalofrío pendiente, cuando aparece la sombra con su guadaña, la negra calaca del futuro que vuelve a mostrar la lápida abandonada que nos espera, allí sin flores de recuerdo ni posteridad trascendental de seguir viviendo convicciones necias de soberbia.

Así lo imaginó Charles Dickens en el Cuento de Navidad que leo todos los años como si fuera la más reciente novedad de librerías. Se sabe que el autor pagó él mismo la primera edición a la espera y convencido de que, con el tiempo, futuras navidades habrían de garantizarle las regalías que merecía el invento del trinomio perfecto: el fantasma del pasado, el espectro del presente y la sombra del futuro se dan cita en la habitación de un necio malhumorado engreído tacaño sangrón avaro egoísta y autoritario hombrecito cuentachiles, para que al amanecer de un 25 de diciembre se descubra habitante de su propia redención y las páginas pasan por delante de la mirada del niño que de pronto ve caminando de lejos a la pareja perfecta por los senderos de un parque entrañable que ha permanecido intacto al paso de casi tres décadas, donde se carcajean en sus barbas y bigotes retorcidos los hombres que fueron niños en los brazos de esa misma pareja en las navidades cuando eran frías.

Es la rara Navidad donde en los lugares normalmente recubiertos de nieve todos cenarán pavos en mangas de camisa, pero el sol promete inventarse climas más fríos para posteriores semanas en las que quizá deberíamos aprovechar para alargar la madrugada de esta rara Navidad y extender durante los primeros meses de un nuevo año incierto la debida gratitud por tantos favores recibidos, tanta gente buena y callada que hace lo que tiene que hacer sin costuras de conjeturas innecesarias, ni inquinas ni rencores, y habitar los primeros días de un nuevo año incierto con el vestuario de una rara Navidad que parece idéntica a la mejor de la niñez y la soñada como ideal para un futuro.

Dickens leía en voz alta los párrafos y parlamentos que le salían en tinta para hacer más creíble la historia en la hoja donde tenía que materializarse en tercera dimensión y de cuerpo entero en cuanto el lector completaba con su imaginación la lectura de lo soñado. Al hacerlo, regala para cada Nochebuena el consejo del oficio: uno ha de dedicarse siempre a los libros, a cuadrar los cuentos y sumar historias con el afán de asumir en conciencia las erratas de todos los meses pasados, todos los días sujetos a corrección instantánea, en cuanto la lectura de la redacción —al tiempo que sale de las mismas yemas de los dedos— ha de insinuar el infierno personal al que se dirige quien no sea capaz de hilar en esta misma línea una sincera felicitación a todos los que la lean y enviar de quién sabe qué manera todos los abrazos posibles para una rara Navidad, por hoy, una Navidad realmente feliz. Afuera, parece que nievan cascabeles.


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Jorge F. Hernández
  • Jorge F. Hernández
  • Escritor, académico e historiador, ganó el Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández por Noche de ronda, y quedó finalista del Premio Alfaguara de Novela con La emperatriz de Lavapiés. Es autor también de Réquiem para un ángel, Un montón de piedras, Un bosque flotante y Cochabamba. Publica los jueves cada 15 días su columna Agua de azar.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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