Se informa que hay dos millones de contagiados de coronavirus y, allende el posible maquillaje de cifras, el número de muertos se acerca a doscientos mil almas, víctimas directa o indirectamente del también conocido como covid-19. Dos fueron los primeros en caer en China si estamos en el entendido de que el paciente cero —el primero en comer sopa de murciélago— tuvo que tocar o estornudarle a Otro para que empezara la cadena que confirma con cuánta facilidad se enlazan absolutamente todos los seres humanos para bien o para mal.
Dos horas es el rango de atención que tolera un espectador de cinematógrafo antes de distraerse o dormir y dos leguas son casi los diez kilómetros ideales para un paseo pensante. Dos veces vi a Juan Rulfo en persona y no olvidaré jamás dos párrafos que me dijo a media voz y dos horas es más o menos la extensión de lo que me dura el sueño cuando se me ocurre dormir. Los días se parten en dos con tramos más o menos estables de dos o tres horas, ocho veces al día, en que uno se propone algo hacer, leer, dibujar o escribir algo bueno, bello o verdadero que se oponga a todo lo malo, horrendo y absolutamente falso que nos llega por pantalla, bocina, en línea, de oídas o en la invisible saliva de la tos global.
Dos veces al día agradezco en silencio a todos y tantos que realmente se sacrifican por la salud de los demás, que se juegan la vida para que siga respirando un anciano y deje de sufrir un niño y pueda bajar la fiebre de una mujer anónima y que pueda mover sus coyunturas sin dolor un hombre otrora sano y los que cargan y los que entregan a domicilio y los que hacen máscaras o batas o las piezas precisas para que una caja se vuelva respirador… y a dos mil caracteres con espacios se ha contenido esta columna en cuarentena para apoyar en el esfuerzo diario de cuidar el espacio en papel en el noble afán de informar… a ti y mí, dos que parecemos uno, multiplicados como contagio cada vez que soñamos que un pedazo del mundo sea un lugar un poco mejor.