El asno ha vuelto a rebuznar. Empoderado por el afán impune del desdén del Patrón ante cualquier viso de legalidad, miles de niños mexicanos esperan en capilla la llegada de los nuevos libros de texto a pesar de que fueron elaborados en lo oscurito, con erratas y errores, suavización matemática en pro del embrutecimiento que garantiza la generación y continuación generacional de una entrañable mansedumbre de masas ya acostumbrados a la dádiva populista y a que la culpa de todo absolutamente todo la debemos al pasado reciente, mientras la gloria futura más que prometida se finca en el paisaje de los paisajes más remotos, aquélla utópica época de los murales en la que todos éramos originarios, aún no llegaban los hombres de hierro con sus apellidos y santorales.
El asno se ha envalentonado y clama por las redes como crustáceo enmarañado que lo hallaremos trabajando y “no arrodillado” cuando se le pida rendir cuentas y enfrentar sentencias. Dice estar dispuesto a dar la vida, pero le concedemos el indulto nomás por la serena resignación del sentido común pues el estrepitoso estruendo de su caída equivaldrá —de manera inversamente proporcional— a la mentirosa altura a la que él y sólo él cree que ha elevado su empeño.
Suele suceder que al final de las cuentas (matemáticamente claras e inapelables) la baba de la imbecilidad y la osadía meramente ideológica se desbaratan como muro en Berlín o barbudos en la zafra de caña brava. Suele suceder que el inmenso daño que ahora se fermentará ante la obnubilada invención de una errada dizque transformación de los modelos educativos se le reviertan al asno con algo más que un jalón de orejas y algo tan doloroso como el martirio del errado líder que encabeza el delirio ya desbocado. Suele suceder que rumiantes de esta calaña terminan —contra su voluntad— precisamente ante la revelación de su estulticia, el tufo de su empeño doctrinario y el asqueroso tiradero nauseabundo que él y los suyos han sembrado desde el templete de su estupidez. Serán los propios niños y niñas, las maestras y padres de familia, los maestros que suman y la propia geometría del sentido común quienes han de verificar su vergüenza y arrepentimientos, su mudanza a la mazmorra (quizá cargando su escritorio) o bien su reubicación zoológica en la jaula de los mandriles.