
Quién sabe de dónde nace la costumbre anglosajona de las parejas que se besan bajo una rama de muérdago en tiempos navideños, pero yo de niño cargaba un ramo escondido en la bolsa del abriguito para sorprender a las compañeritas incautas y reconozco que ahora esa práctica se condena como crimen de lesa humanidad. Con todo, desearía volver a empuñar una ramita de mistletoe o muérdago como antídoto instantáneo contra las jetas y malencarados, la soberbia sutil del incólume o la pasajera amnesia del distraído; bajo muérdago la anciana que ha vuelto a confundirme con un sobrino en el autobús y el molesto conserje que se queja al intentar responder un buen deseo de Nochebuena y múerdago en polvo para la malgeniuda en turno que estira la cara en cada pausa por obra y gracia de su propio tedio.
Bajo el muérdago podríamos alinear a los políticos mentirosos y a los empresarios abusivos, a los paladines de la avaricia y los hiperconcentrados en sus meticulosas tareas que confunden el sosiego con hermetismo o la cordialidad con el estado catatónico. Bajo el muérdago deberíamos incluso besar la esfumada imagen del espejo donde un rostro envejecido intenta recordarnos la cara que llevábamos en la infancia cuando la sola víspera o anuncio de las navidades arrastraba una adrenalina afortunada de ilusión, apetito y esperanza.
A ese niño peinado a lo Beatle le cuelgo desde hoy una rama de muérdago en el quicio de la puerta para que desde el calor del edredón se espanten todas las brujas y malos espíritus que entumecen los pies y cosquillean las manos como un ataque de alfileres y ya entrados en la magia intento mostrar esa rama de muérdago a la secreta y serena distancia de unos cuantos metros para que una mirada aparentemente inalcanzable se fije en el momento inaudible e impalpable en que todo, absolutamente todo se esfuma con un beso.
Que la Navidad nos conceda besar todas las mejillas y todas las manos de niños y niñas de todas las edades que merecen el sosiego y regalo de un instante de afecto y gratitud en medio de tanta soberbia y desgracia. Que la Navidad nos permita besar las nubes que en otras geografías producen la horrenda lluvia de la pólvora y la desesperación… y sí, aunque sea de lejecitos, pido con los ojos cerrados a Papá Noel que su barba blanca sea testigo de un beso en los labios que imagino en este instante sabiendo que son de toda la vida.