
Dentro del nuevo orden mundial, donde influye más una pieza de TikTok o una frase en X que un sesudo artículo de opinión en un periódico serio, ya podríamos ir dando por muerto al intelectual, esa figura de antaño que con sus ideas era capaz de tocar el rumbo de un país.
Émile Zola comenzó la saga de intelectuales influyentes cuando publicó, en 1898, en París, en la primera página del periódico L’Aurore, el manifiesto “J’acusse”, al que inmediatamente se sumaron Anatole France, Leon Blum, Marcel Proust y algunos otros escritores que veían en la condena del militar Alfred Dreyfus, acusado de espionaje y fustigado por el antisemitismo de la época, una flagrante injusticia. La discusión pública, y por escrito, de aquellos intelectuales, hizo temblar la estructura de la Tercera República, puso en entredicho el eslogan de libertad, igualdad y fraternidad, y al final consiguió la absolución de Dreyfus.
El mundo ha cambiado radicalmente y, a estas alturas del siglo XXI, una coalición de intelectuales, de escritores y de artistas sería incapaz de sacudir, de la forma en la que lo hicieron los amigos de Zola, los cimientos de un país.
A lo largo del siglo XX los intelectuales señalaban las inequidades, las mentiras y las chapuzas de los gobernantes, y exponían razones y argumentos que sus lectores podían rumiar y, eventualmente, posicionarse ante un caso determinado. Pero en nuestro tiempo las razones y los argumentos importan poco, lo verdaderamente importante tiene hoy más que ver con el cómo se difunda la idea, con qué frecuencia, en qué medio y con cuánta intensidad, sin importar que sea verdad o mentira, pues no se trata ya de exponer razones ni de pensar, sino de avasallar e imponer, por todos los medios, el punto de vista que convenga al grupo, y para esto ya no hace falta un intelectual, basta un operador político o un publicista.
De aquella coalición de intelectuales del New York Times que, siguiendo la estela de Zola, trató, durante meses, de convencer a Joe Biden de que se retirara de la campaña presidencial, el único que lo convenció fue George Clooney, que es actor de cine.