Cultura

De Samsung a Uruk

La pieza escrita más antigua que existe es una tableta de barro encontrada en Uruk, en la antigua Mesopotamia. La escritura de esta tableta son signos cuneiformes alineados en columnas. Esa pieza fue escrita en el cuarto Notivox antes de nuestra era y es, de momento, la primera página que se escribió en la historia de la humanidad.

El primer escritor del mundo no escribió una reflexión sobre el cosmos, ni una especulación sobre el lugar que ocupaba el hombre en la tierra, tampoco escribió una canción, ni un poema, ni siquiera una carta de amor a su amada que, seguramente, al ser la tableta de barro un artefacto exclusivo para iniciados, no hubiera podido leer. Lo que escribió el primer escritor del mundo nos delata como especie, pues lo que puede leerse, en esas columnas de escritura cuneiforme, son los números de la venta de granos y ganado de algún mercado sumerio.

El primer escritor del mundo fue un contador, no de historias sino de números, y la primera función de la escritura fue de orden práctico, el romanticismo impráctico de los cantantes, los poetas, los narradores, vino después, una vez que la cosa práctica estuvo resuelta. Esto nos indica cual ha sido el lugar del arte desde el principio de los tiempos.

Pero regresemos a ese objeto deslumbrante que es la tableta mesopotámica llena de signos, ese artefacto que servía, en primer lugar, para no olvidar lo que ahí se ponía por escrito, una técnica que seguimos utilizando en el siglo XXI, cuando anotamos un número, una frase en un papel, o en una nota electrónica en el teléfono, o en la tableta, lo cual cerraría el círculo que termina en la Samsung y comienza en la tableta mesopotámica.

Platón cuenta en Fedro, escrito casi cuatro mil años después de esa tableta primigenia, que un faraón egipcio sostenía que si la gente aprendía a escribir se olvidaría de recordar. Se escribe para no olvidar, para fijar una idea, o una historia, en un papel, pero al faraón le preocupaba que la facilidad de vaciar por escrito las ideas terminara debilitando la cabeza que, antes de esa facilidad, estaba obligada a recordarlo absolutamente todo.

El miedo del faraón se parece al miedo que hoy producen los artefactos electrónicos que nos escatiman la oportunidad de memorizar teléfonos, o direcciones, o la ruta para llegar a algún sitio que nos indica el Google Maps, un miedo del siglo XXI que también se parece al que sentían los hombres temerosos del siglo XX frente a las calculadoras que hacían divisiones y multiplicaciones y quitaban al cerebro la oportunidad de ejercitarse con esa batería de operaciones matemáticas.

El faraón exageraba, sin duda, él mismo no existiría si Platón no hubiera escrito lo que Sócrates decía, pero su miedo tiene un fundamento, digamos, general: se escribe para que las cosas no se olviden, para no tener que recordar absolutamente todo; como también es verdad que se escribe una historia para que otro la lea y después la cuente según la recuerda.

Petrarca cuenta como en el siglo XIV, en las tabernas, en los teatros, en los cruces de caminos, había individuos memoriosos recitando los versos de la Divina Comedia de Dante, para divertir a la gente que en seguida se acercaba a atender, y a aplaudir, la historia. Desde esta imagen del hombre que recita versos resistiendo la polvareda del camino es muy claro que el faraón exageraba, gracias a que Dante escribía sus versos, aquellos entusiastas callejeros podían memorizar el poema y así practicar el ejercicio de recordar.

La verdad es que el faraón exageraba en su tiempo, pero enviaba, a través de la escritura de Platón, una señal para los habitantes del siglo XXI: una cosa es recordarlo absolutamente todo, y otra cosa es nuestra tendencia contemporánea a no recordar absolutamente nada, más allá de los elementos imprescindibles para la supervivencia. ¿Quién se sabe hoy un poema largo de memoria?, ¿quién es capaz de decir el director, los actores principales y el año de filmación de una película de hace medio siglo sin recurrir a Google?, ¿quién se acuerda, otra vez sin recurrir a Google, del apellido del conde que era amante de Ana Karenina o del apellido del guitarrista del disco The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars?

El faraón exageraba, pero debemos admitir que no es lo mismo la tablilla de barro o la hoja de papel que el universo infinito de datos que cargamos en el teléfono. Llevamos todo el tiempo en el bolsillo una memoria que hace, cada vez más, las funciones de nuestra memoria, como muy bien supo anticipar el temeroso faraón.

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Jordi Soler
  • Jordi Soler
  • Es escritor y poeta mexicano (16 de diciembre de 1963), fue productor y locutor de radio a finales del siglo XX; Vive en la ciudad de Barcelona desde 2003. Es autor de libros como Los rojos de ultramar, Usos rudimentarios de la selva y Los hijos del volcán. Publica los lunes su columna Melancolía de la Resistencia.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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