Lo primero de esta columna semanal. Un recuerdo agradecido a los presbíteros, Arturo Ramírez Carpinteyro y Juan Carlos Espinoza Gutiérrez, quienes fallecieron en un tramo de tiempo de una semana.
Por décadas estuvieron ejerciendo su ministerio sacerdotal con entrega grande, a pesar de sus achaques serios de salud. Fallecen y no hay otros dos que llenen sus vacíos.
Que ellos descansen en paz y que el pueblo creyente sepa agradecer el don de su entrega.
Ahora hacemos un comentario de guerras actuales. D. Trump se salió de la reunión “de los siete”, dizque preocupado por la guerra en el lejano oriente.
A lo que transparenta su actuación pública, se habla de un político que tiene azorado al mundo con las múltiples acciones que promueven las guerras en los pueblos; con las redadas de miles de trabajadores que levantan la planta productiva de su propio país; con los aranceles que quiere cobrar al mundo, como si el globo de la tierra fuera el pastel que compró en la panadería de la esquina, y ahora lo vende a pedacitos.
No cabe duda de que D. Trump es un hombre de guerras juntamente con otros, que en el escenario mundial no quieren ser ninguneados.
Las guerras son un mal para la humanidad.
Son su derrota, como lo dice el Papa Francisco cuando nos recuerda: “No deben olvidarse los bombardeos atómicos a Hiroshima y Nagasaki.
Una vez más “hago memoria aquí de todas las víctimas, me inclino ante la fuerza y la dignidad de aquellos que, habiendo sobrevivido a esos primeros momentos, han soportado en sus cuerpos durante muchos años los sufrimientos más agudos y, en sus mentes, los gérmenes de la muerte que seguían consumiendo su energía vital…No podemos permitir que las actuales y nuevas generaciones pierdan la memoria de lo acontecido, esa memoria es garante y estímulo para construir un futuro más justo y más fraterno” (FT. No. 248).