Ya estamos en el mes de diciembre, tiempo de muchas fechas de fiestas religiosas, pero que el consumismo de bienes materiales, ha creado un sentido contrario al estilo espiritual que marcan estos eventos.
La preparación a la Navidad, la Navidad, el año nuevo; además las fiestas guadalupanas, la Inmaculada Concepción, etc., se les ha dado un sentido celebrativo donde predomina el consumismo.
Si se trata de una “reliquia”, con un anunciado “rosario”, los vecinos se preocupan de enviar al niño con recipientes para que le den “su reliquia”, ya que lo principal no es compartir los bienes, como acto de fe, sino el que le den comida, así ese día no se hace de comer en casa.
Las diversas acciones de religiosidad popular, celebradas tan espontáneamente en medio del pueblo creyente, no dejan de ser costumbres selladas por la fe de las comunidades, que hay que fomentar, acompañar, iluminar con la luz del Evangelio, para que sean focos de evangelización en las que se busque que de alguna manera sea la Eucaristía el acto central, y no una celebración que sea un acto de independencia de la comunidad parroquial o de la diócesis, ni tampoco que sea un acto religioso que excluya la dimensión comunitaria permanente y su relación con la Eucaristía, por lo menos la dominical.
Estos actos religiosos que comentamos, son muy valiosos para el desarrollo de la fraternidad cristiana.
En el mundo en el que estamos viviendo, cargado de mentiras, hipocresías, matazones de prójimos, tales actos deberían ser provocaciones para fomentar el diálogo,, la justicia, el amor a la sociedad civil en la que vivimos que incluye el conocimiento de la evolución social, que mucho tiene que resultó lo que no queríamos, pero que después de muchos años, se llegó un momento histórico en el que miles de mexicanos votaron por un cambio, y se vino el cambio, arrastrado por un movimiento colectivo, en el que mucho tuvo que ver el Espíritu Santo.
No es sano el que estemos celebrando estos actos de religiosidad popular como autómatas, que no se dan cuenta lo que hacen.
La fe no es el consumismo de estas semanas, que con una apabullante técnica nos incita a pensar que la felicidad consiste en tener las cosas que nos anuncian en comer y beber hasta el hartazgo en los espléndidos banquetes que ofrecemos, o a los que nos invitan en estos días.
Ahí hay una equivocación radical, que no por eso no hay que ir, sino saber vivir lo cristiano en estas contradicciones.