Por buen tiempo, no hace muchos años, hablamos en la Diócesis de Torreón, de la Iglesia que somos relacionándola a la Iglesia que queremos ser.
Ya ahora nos contentamos con un proyecto empresarial, llamado método prospectivo, para resolver nuestros problemas de falta de contacto con la realidad.
El problema no es menor en la vida ordinaria. En la Biblia se narra que los israelitas le reclamaron a Moisés por haberlos conducido a la libertad, pero en una tierra llena de obstáculos, aunque también, llena de promesas por las que habría que luchar para que se consiguieran.
En la vida ciudadana, nos está yendo de la patada. En 1918 la gente votó por un cambio, motivada por el hartazgo provocada por una corrupción de rasgos inconcebible.
Votaron por esta nueva línea, hasta los que antes lo hacían por herencia, de padres a hijos, a nietos, por un sistema corrupto. Votaron muchos contra el hartazgo y a muchos, ahora no le cuadra, porque ya ven los resultados y hasta jóvenes se lamentan por lo que decidieron.
Por la corrupción que se ha ido descubriendo, hay una prueba de que sí era necesario un cambio en el personal de gobierno, que no lo invalidan los muchos desaciertos que cometen, pero que tampoco es para que se quiten de ahí porque apenas se está iniciando el quehacer de limpiar la casa.
A los que nos hablan de construir un mundo distinto al que tenemos, los calificamos de ingenuos, faltos de contacto con la realidad, de vivir en la utopía como si Juan Pablo II hubiera cometido un error al canonizar a Tomás Moro, el autor de las “Utopías”, o como si fuese un error, el que el episcopado latinoamericano encomiase las figuras de Bartolomé de las Casa, José de Acosta, Vasco de Quiroga, personajes notables en la defensa de los indígenas en América Latina.
En 2018, votamos, motivados por el hartazgo, por un cambio, y dejando las carreteras sociales, las de la corrupción, nos metimos en unas selvas que ahora no sabemos por qué no tienen veredas, y algunos que tienen coches de lujo, salen a protestar porque no quieren a este gobierno.
Se olvidan de que no es el problema el gobierno, sino el lodazal y los embarres en los que por bien o por conveniencia, estábamos hasta el gorro. Francisco, el Papa bueno que tenemos, nos piden con tesón que no nos dejemos arrancar la esperanza.
Pero hay muchos desesperados, aunque sean jóvenes, que prefieren vivir sin esperanza.