En entrevista hace unos días, Maluma declaró que será el artista oficial del mundial Qatar 2022 para “celebrar la vida“ y “dar amor”.
Mientras los organizadores del evento alegan ‘Neutralidad en la huella de carbono’ y ‘responsabilidad social’, profesionales de la comunicación y activistas por los derechos humanos documentan y denuncian por la vía legal:
fraudes, violaciones a derechos humanos, ecocidio, daños graves e incontables muertes de trabajadores inmigrantes por condiciones laborales inhumanas.
Durante las últimas semanas también, activistas ambientales han “vandalizado” pinturas valoradas en mucho dinero, para protestar contra la inacción ante el cambio climático, el uso excesivo del petróleo y la crisis alimentaria.
Se pegaron al cristal que protege a “La Joven de la Perla” en Países Bajos.
También lanzaron sopa de tomate al cristal que protege “Los girasoles” en Londres; puré de papa sobre “Los Almirantes” en Alemania, sopa de guisantes en Roma, y líquido negro en Viena.
Objetivo de opiniones mayormente reprobatorias, los grupos activistas declaran que su objetivo no es dañar las obras, sino dirigir la atención a temas de urgencia mundial.
La conversación ocurre, pero en general parece que se da más valor a las obras de arte (que siguen intactas), que a las injusticias y muertes que se denuncian.
En México 2019 y 2020 (entonces con un promedio de 10 feminicidios al día) en el marco del día Internacional de la ‘Eliminación de la Violencia Contra las Mujeres’, colectivos feministas se manifestaron.
Sin embargo, ha generado más indignación las muestras de hartazgo que las muertes de las mujeres en cuyos nombres se protesta.
Las y los activistas reciben cuestionamientos de parte de inconformes.
En México y el mundo, las autoridades hacen la vista gorda ante asesinatos de activistas y periodistas, y solapa al sector privado, que se lava las manos y simplemente no responde a nadie.
Parece que es consenso en el mundo que: al activismo, es mejor ignorarlo.
