El ruido de los tambores y el baile de las botargas son el aviso previo que enmarca la llegada de los candidatos sonrientes que van a darlo todo en los mítines. Bailan y derrochan alegría a los ojos de los ciudadanos agobiados por la triste realidad de la calle. Cargan niños y niñas en plena pandemia con o sin cubrebocas, recorren vigorosos los mercados y como nunca antes, verse con el pueblo cuenta doble; comer un taco en un puesto con un chesco bien frío es un acto fundamental de cercanía y empatía con el respetable.
Ni hablar de cuando además asisten al encuentro fortuito con los adultos mayores, a quienes abrazan como si fueran sus propios abuelos, y con los que el diálogo acaba generalmente pronto, porque si no hay pensión pues para qué andan dando tanta guerra los candidatos. Las propuestas poco importan y las convicciones menos, los flamantes candidatos cambian de camiseta más fácil y rápido que los futbolistas, sus principios son fácilmente amoldables al viejo principio político de “lo que viene conviene”.
Las propuestas deben ser siempre las mismas no importa el distrito o la ciudad; seguridad, empleo y ahora la salud, faltaba más. Los problemas locales, baches, falta de agua, vialidades y transporte masivo, pueden esperar una eternidad. Los grandes candidatos además, entre que pueden reelegirse para acabar siendo siempre los mismos una y otra vez por aquello de no vivir fuera del presupuesto, juran en esta ocasión que harán maravillas indecibles para representar los intereses de los ciudadanos en las cámaras, que su presidencia municipal será de puertas abiertas y el gobierno estatal desterrará el monstruo de las mil cabezas llamado corrupción.
La narrativa es predecible, los discursos, los anuncios, los mensajes por todos los medios, las sonrisas, el ambiente incluyente y de fiesta que solo se ve en las campañas. Sin embargo, no son los candidatos los protagonistas del proceso electoral, somos los ciudadanos. En la democracia el poder del voto es lo más importante, y por ende, el espectáculo de los candidatos para obtener el sufragio añorado debería comenzar por hacer una reflexión sobre en qué país están haciendo campaña, en un momento de tanto dolor por muertes de Covid, de desempleo histórico, de retos comunes como la vacunación masiva, de urgente recuperación económica; no hay propuestas más que lugares comunes, no hay más que montajes que ilustran el gran vacío de la política mexicana: no hay acto más irresponsable y poco ético que el de ser candidato en una realidad política como la mexicana, dónde no existe ni se entiende el valor del servicio público.
Los ciudadanos protagonistas del proceso electoral, debemos participar, exigir planes y proyectos, visiones y compromisos verificables y antes de emitir nuestro voto, revisar exhaustivamente la hoja de vida de los adalides que prometen y luego ganan y desaparecen. La política de avanzada es la que rinde cuentas, la que logra instrumentar planes, la que entiende más dimensiones que los intereses de grupos, la política que hacen políticos con autoridad moral y altura de miras. Rumbo a la elección, más allá de las lamentables campañas, el día de la elección, no debemos olvidar que jamás debemos votar en contra de nuestra propia supervivencia como ciudadanos libres y envestidos de poder, virtudes que nos da el ejercicio pleno de la democracia.
Javier García Bejos