En la literatura que analiza la política estadounidense las premoniciones sobre la decadencia del imperio han sida copiosas y variadas. Dado el lugar predominante que ha ocupado ese país en la historia geopolítica de los últimos 80 años, el amor y el odio que despierta su rol en la toma de decisiones a escala global es tierra fértil para exagerar sus fallos y omisiones así como sus crisis económicas y derrotas militares.
La crisis del petróleo en los 70 y la derrota en Vietnam, fueron leídas y analizadas como la prueba de un imperio en declive. Lo mismo su bochornosa salida de Irak y Afganistán y el ascenso de los de los gigantes asiáticos como China y Japón. A lo anterior se suma una pérdida de influencia global derivada del aumento de la influencia -ya sea de China o de cualquier otra potencia- en la política y la economía globales o del natural desgaste de cualquier imperio así como a un clima de profundas divisiones sociales, en el que se enfrentan dos visiones de país que por momentos parecen irreconciliables.
La brecha temporal entre los sucesos que acabo de mencionar va de los 20 a 30 años y aspectos como la división social siempre van y vienen en cualquier sociedad.
Este tipo de factores -entre muchos otros- suelen describirse con frecuencia en los análisis sobre la supuesta decadencia estadounidense que lleva ya varias décadas profetizando la caída de este gigante americano. Desde luego, los enfoques y perspectivas ideológicas desde las que se ha abordado ese declive son diversas. Los que ha hecho el ahora presidente número 47 de los Estados Unidos son de carácter sumamente conservador y reinterpreta algunas de las doctrinas políticas que convirtieron al incipiente Estados Unidos de América del siglo XIX en una potencia en expansión.
La añoranza de Donald Trump por la recuperación de un tiempo que él, y muchos de sus votantes, consideran que fue mejor, no es solo una vuelta al pasado, es más bien una adaptación de ese pasado. Porque si bien es cierto que la segunda presidencia del neoyorkino es una suerte de back to basics en toda regla, también es cierto que Trump quiere escribir nuevas reglas para el juego global en el que su país ha sido protagonista en los últimos 100 años.
Su particular y feroz estilo para negociar no son ninguna novedad, cualquiera que haya visto su participación en el reality show El Aprendiz, así como la variada oferta de documentales en relación a su persona, y desde luego, la experiencia de su primera presidencia, no puede asumir sorpresa ante un político que tras un primer mandato irregular y lleno de improvisación, regresa con una maquinaria muy bien aceitada, mayor experiencia y un grupo político y económico leal.
Si hay algo que destaca en el discurso y acciones del magnate es su consistencia y el buen olfato para canalizar el enojo social de su país. Su lectura de un Estados Unidos en ruina, más allá de que se corresponda o no con la realidad, es compartida por millones, dentro y fuera de sus fronteras. Por ello, su segundo mandato inaugura una nueva era política en Estados Unidos en la que el trumpismo y el movimiento MAGA redefinirán las reglas en lo interno y lo externo, con un máximo objetivo, que su país vuelva a ser una potencia indiscutible en todos sentidos.
Los qués y los cómos de esta nueva etapa en Estados Unidos están por verse, lo que queda muy claro es que el multilateralismo, el modelo globalista, la migración desorganizada y el apoyo irrestricto a aliados son cosa del pasado. El Estados Unidos de Trump llevará hasta sus últimas consecuencias el “America First”. La visión de un país como una empresa, que seamos honestos, en sentido estricto Estados Unidos siempre ha sido gestionado así, impactará de maneras significativas a la economía y política globales.
La nueva administración de la Casa Blanca, nostálgica y entusiasta de los valores imperiales que la convirtieron en potencia, tiene toda la intención de regresarle a su patria la autoridad y respeto que, a su juicio, ha perdido. Las formas para lograrlo van a eludir toda tibieza o ejercicio diplomático que dé señales de debilidad. El espíritu de los tiempos invoca a la fuerza y a la doctrina del shock, y en el Despacho Oval saben como usarlas. Los imposición de aranceles a cambio de resultados concretos en asuntos de interés para Estados Unidos es un claro ejemplo de ello.
El Estados Unidos de Donald Trump contraataca y quiere recuperar su lugar en el mundo. Vamos a ver si lo logra.