En el capítulo anterior, el circo ambulante y kukusklanesco de Donald Trum demostró algo que no es que sea una gran sorpresa: que la democracia de la Gran Disneylandia es en realidad de las dimensiones de una elección en un sindicato charro con desviaciones terraplanistas, al que le urge un cambio al menos de medio motor.
Todo fue tan absurdo que aquello parecía un capítulo de Drunk History, donde se narran episodios históricos a través de la mirada de personajes fundamentalmente borrachos.
Solo poniéndote una de mecapalero tipo el ex presichente Jelipillo, te ibas a imaginar a Trum y su caterva de rednecks y hillbillies bufalomojadescos —instalados en la lógica del Tumor— arañando con sus cascorros el árido mármol del Capitolio.
Ellos son el síntoma de una enfermedad del carajo, y que se ha venido gestando desde que los padres fundadores tuvieron la peregrina idea de concebir un sistema electoral más retorcido que la mente de un viejo cochino en un teibol de la Zona Rosa. Es tiempo de que le den una sopleteada a profundidad, una chaineada fuerte, porque ese aparato tiene harto oxidados sus mecanismos, tuercas y rondanas.
Eso sí, los gringos saben hacer show y el segundo capítulo de esta triste historia se puso emocionante: Nancy Pelosi sacó el látigo y exigió no que se le castrara como hubiera sido su deseo secreto, sino que le aplicaran a Trump (que ha confirmado que es peor que el sensei villano de los katas, John Kreese, en Cobra Kai, esa chavorruquería de Daniel San) la enmienda 25 para sustituirlo aunque sea por Scooby Doo, que haría un papel mucho más decoroso. Y, por supuesto, Trum amagó con autorecetarse un autoindulto para que no lo agarren los sheriffes al estilo americano, mientras le renuncia hasta los de intendencia.
¡Qué buey del Donald, con este desmadrito pinochetista se perdió la oportunidad de ser el Brozo, el Trujillo tenebroso, de Joe Biden!
Lo que hay que celebrar es que nuestras mentes más brillantes, dotadas de una inteligencia superior, estuvieron a la altura de los acontecimientos: los calderónicos chikiliquadri y Luis Carlos Ugalde, ¡superaron a Eduardo Verástegui! ¡Albricias!
Se desató el debate sobre la forma en que Twitter y Facebook le apagaron la luz a las cuentas del próximo ex presidente gringo por andar incitando a la violencia y contribuir a la epidemia de la infodemia. Nada mal, pero hubieran empezado por censurarle el pelucón que ya debe estar verde.
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@jairocalixto