Cultura

Déjame que te explique, limeña

  • Ruta norte
  • Déjame que te explique, limeña
  • Jaime Muñoz Vargas

Conocí a C.E. Feiling (digo, uno de sus libros) en el macedónico reducto de Fabián Vique, cueva sita en Morón, partido del llamado Gran Buenos Aires. 

Una tarde de 2010 hurgaba en su biblioteca y vi la extraña firma. “¿Y éste?”, le pregunté a Vique mostrándole la gorda edición de Los cuatro elementos (Norma, 2007) que contiene El agua electrizada, Un poeta nacional, El mal menor y el primer tranco de La tierra esmeralda (inconclusa), novelas que junto con el poemario Amor a Roma y poco más, constituyen la obra completa de este escritor nacido en Rosario, provincia de Santa Fe, Argentina, en 1961, y muerto muy joven, de leucemia, en 1997, a la corta edad de 37 años. 

Mi amigo me miró de reojo, casi sin ver, y sólo dijo esto: “Ah, un genio”.

La desenfadada seguridad de la afirmación me llevó a hojear. 

Unos pocos párrafos después, seducido por la expresividad de la prosa y más por la confianza que tengo en el buen gusto literario de Vique, le pregunté: “¿Y dónde puedo conseguir este librote?”. 

La segunda respuesta fue mejor que la primera: “Llevátelo, yo luego lo busco por acá”.

En 2011 volví a Buenos Aires y no llevaba en mi lista el libro que de Feiling me faltaba, el de poesía. 

Pero la suerte es la suerte, y a 15 irrisorios pesos, en un botadero de Corrientes, me topé con otro título del rosarino, con Con toda intención publicado por Sudamericana en 2005. 

No era necesario, pero al ver su cuarta quedé cabalmente convencido de que debía llevármelo, y lo compré.

Con toda intención es un racimo de artículos/ensayos/apuntes publicados en periódicos y revistas entre 1988 y 1997. 

Meses después hinqué el ojo a esas páginas, y la penetrante mirada de C.E. (Carlos Eduardo, Charlie) Feiling coincidió con el elogio que Rodrigo Fresán le dedica en el prólogo: 

“Lo que sí sé es que cada vez que se me presenta semejante pregunta [¿qué es la inteligencia?] (…) me respondo siempre lo mismo. 

Me respondo: la inteligencia en Charlie Feiling”.

He leído —agradado y deslumbrado, o en orden inverso— los textos periodísticos que de Feiling reunieron Gabriela Esquivada (su viuda) y Alfredo Grieco y Bavio. 

Todos tienen dos huellas: la del prosista que escribe a vuelatecla, y la del genio que siempre encuadra sus afirmaciones desde ángulos, bajita la mano, interesantes.

Con toda intención es un libro inconseguible en México, por eso ni siquiera hice el intento por reseñarlo, además de que lo leí, recuerdo bien, en un mes de profunda agitación laboral. 

Fue muy extraño lo que se impuso en mi memoria y sé que jamás me abandonará. 

Abrí la puerta del libro y me recibió un apunte titulado “La canción más linda del mundo”. Feiling confiesa allí su lejanía de la música. 

Eso no le impide afirmar, para mi asombro, esto: “la música no será nunca mi tema. Sólo mi oído de tapia me autoriza a decir que ‘La flor de la canela’ es la canción más linda del mundo”.

El gusto es misterioso, y no por nada se rompe en géneros. 

Cada cual tendrá su tema favorito, y cualquier argumento es válido para defender algo que nos llega. 

A mí, por ejemplo, que me gustan tantas canciones, tantas letras, tantas formas de asumirlas con la garganta, si me preguntan en este momento cuál es la canción más linda del mundo, diré que “Mi destino fue quererte”, del saltillense Felipe Valdés Leal, en la voz de Flor Silvestre. 

Pero precisaría: no es a mi modesto juicio la canción más linda del mundo, pero sí la más triste. 

En fin, cada quien sus gustos y sus ratos.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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