Cultura

Árboles ayer, bosques hoy

  • Ruta norte
  • Árboles ayer, bosques hoy
  • Jaime Muñoz Vargas

Hace veinte años, en 2001, Ediciones del Ermitaño, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y la compañía Adobe publicaron El libro y las nuevas tecnologías. 

Los editores ante el nuevo milenio, obra colectiva en la que un numeroso contingente de profesionales de la edición espigó planteos de cara al momento que se venía encima. 

Desde entonces a la fecha sigue viva la discusión sobre los cambios provocados por el universo de la comunicación digital, cambios fortuitos y en algunos casos imprevisibles. 

En 2001 se hablaba todavía, como novedad, del correo electrónico y de la superabundancia de información en la red, pero parecía que estábamos aún lejos del smatrphone, de Whatsapp y de las redes sociales como Facebook, Twitter, Instagram y Tik Tok. 

Era difícil anticiparlo, pero en el lustro que va de 2005 a 2010, y más recientemente en la década que abarca de 2010 a 2020, se han dado cambios mayúsculos en la forma de comunicarnos. 

Y más: de marzo de 2020 a marzo de 2021 acusamos, debido a la pandemia, un cambio radical en nuestra forma de interactuar, y descubrimos casi como revelación que en los quehaceres académicos e intelectuales era posible sobrevivir, nuevas tecnologías mediante, gracias al trabajo desde casa.

Cuando comencé a editar más o menos en serio, en 1990, me convertí en adicto a las revistas y a los suplementos culturales. 

Semana tras semana, mes tras mes, compraba las siguientes publicaciones: 

las revistas Plural (1971), Vuelta (1976) y Nexos (1978), y los fines de semana varios periódicos de la capital para extraer de ellos los suplementos: 

Unomásuno (1977) por el suplemento Sábado (1977); La Jornada (1984) por La Jornada Semanal (1984); Novedades por El Semanario; Excélsior (1917) por El Búho (1985); Reforma (1993) por El Ángel (1993) y El País (1976) por Babelia (1991). 

Estos espacios, más los libros que conseguía básicamente en las tres o cuatro librerías de Torreón, constituyeron mis lecturas de aquellos años.

Hoy, creo que los suplementos más llamativos son Confabulario de El Universal (1916) y Laberinto de Notivox (2000).

Sin saberlo, fui uno de los últimos y asiduos consumidores de papeles de ese tipo en un siglo en el que se vivió el boom de las revistas y los suplementos culturales encartados en los diarios. 

Poco a poco supe que estas publicaciones se convirtieron en obsesión de los artistas, sobre todo de los escritores y los intelectuales, pues, al margen del libro, los espacios periódicos servían para desahogar asuntos y preocupaciones coyunturales, posturas políticas o producción literaria en marcha.

Digamos que ahora no tenemos revistas, sino enlaces a textos específicos que al multiplicarse por cantidades inhumanas, forzosamente torrenciales y fragmentarias, crean cierta anhedonia o falta de placer en el lector, de ahí que hoy padezcamos algo aproximado al síndrome del niño rico: tenemos todo, y como tenemos todo, nada nos exalta, nada nos entusiasma, nada nos sorprende.

Perdimos la visión de los árboles; hoy todo es bosque, infinito bosque, y en él tenemos que buscar la manera de volver a la sorpresa del hallazgo que nos seduce y nos obliga, como en los viejos tiempos, a leer con atención, sosegadamente.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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