Uno de los rasgos más visibles del tiempo que vivimos es el culto de la juventud.
Ya nadie quiere ser viejo, con todo lo que esto acarrea de achaques, discriminaciones, arrugas y sobre todo cercanía con el más allá.
A la negación de la edad se le combate principalmente en el exterior, por eso no es gratuito el auge de los gimnasios, los quirófanos, el boom de los tenis blancos, el coaching y la comida baja en sodio y grasas saturadas.
Si en otras edades de la humanidad los jóvenes se afanaban por alcanzar respetabilidad, por parecer adultos lo más pronto posible, hoy vivimos en el envés de aquella preocupación: hoy los viejos pellizcamos migajas de (aparente) juventud a punta de esfuerzos otrora inexistentes: es el triunfo de la mentalidad bótox.
Lo curioso de este fenómeno se da no sólo en el plano de la fachada.
Con menor dificultad, incluso, el interior de muchos adultos se adapta al espíritu adolescente, pues es más sencillo sobreactuar los gestos de inmadurez que pagarse un restiramiento del pellejo.
Así es como las tendencias infantilizantes se entronizan y logran cautivar no sólo a los chamacos, sino a una legión de señores y señoras ya entrados en años pero gustosos de adherir al más huero pubertinaje.
Si bien su público mayoritario es el de los todavía jóvenes, ciertos productos del entretenimiento actual también hechizan a los adultos.
Es el caso de las series sobre narcos o, más aún, el de las canciones de géneros como el llamado “bélico”, en el que se hacen explícitas las idealizadas travesuras de la juventud.
Si antes los chamacos se dejaban la greña larga o se rapaban como punks para mostrar su diferencia de los viejos con corte de pelo escolar, hoy las canciones de este tipo nos muestran, como en el tema “El belicón”, el uso de parafernalia narca, armamento y buchonas de utilería que sirven para afirmar su identidad de “chicos malos” o neorrebeldes sin causa, todo cantado con voces de borracho en discusión.
Los arreglos musicales apabullan por ramplones, de guitarrita rítmica y monótona tuba, y las letras son, no podían ser de otra manera, dechados de literatura lela.
Están para reír, pero parece que, como los niños, ellos toman esa fantasía malandra muy en serio, se la creen y la celebran.
@rutanortelaguna