La poesía es un sistema de vida. Es pasar por una criba personalísima y perfecta todo lo que ocurre en nuestras horas. Es aceptar la belleza en todo, pese a múltiples oquedades e incertidumbres. Es, también, develar realidades únicas y personalísimas y recrear el mundo bajo una óptica sin cortapisas, prejuicios ni dudas.
No es complacencia, no es racional ni perfecta. La poesía es una expresión que sólo comulga con la visión del mundo a través de quiénes somos, qué creemos, cuáles son nuestras aspiraciones y cuál es nuestra esencia última: ese reducto de introspección y soliloquio sin finales.
El ingrediente único para un poema es la autenticidad. Conectar con el mundo interno y saberse cazador de una creatura inverosímil: remembranza/nostalgia/emoción o algo aún no existente a través de las palabras. Ese ser sin características prediseñadas que se vivifica a través de la construcción de anhelos, obsesiones, odios y filias.
Poema es creación. Es la expresión de algo o alguien que domina la psique, que avasalla los sentidos y la racionalidad, que escapa del imaginario y se cuelga de la verdad tridimensional, que alerta el mundo subconsciente, que clama y enciende. Es un ser carente de los cuatro elementos, pero llena del sello de la vida, tiempo y muerte.
En marzo se celebra el Día Mundial de la Poesía. En marzo también es la conmemoración de los avances por generar igualdad de derechos y oportunidades de las mujeres. Tales coincidencias no son fortuitas. Representan una simbiosis de palabras, fuego e idealismo.
Feminismo y poema tienen una raíz común de libertad.
Sin libertad no se entiende el feminismo como un clamor por terminar las asimetrías de oportunidades laborales y de desarrollo. Sin libertad, tampoco, se concibe la germinación de un poema o racimo de conceptos e ideas labrados en las palabras.
Pero existe, además, otro rasgo común entre el Día de la Mujer y el de la Poesía: no son conmemoraciones sino celebraciones: reconocimiento tácito y emblemático de los muchos avances para reconocer a la mujer como parte esencial de la vida pública y privada, como creadora de realidades, con roles trascendentales en el desarrollo y aporte a la humanidad desde diferentes ámbitos y áreas de especialización.
El empoderamiento a la mujer es también el reconocimiento al hombre, a sus emociones y desarrollo holístico. Es una apuesta por la humanidad que no reconoce cercos ni estigmas. Y en esa humanización plena está la semilla del poema, de una voz perfecta que se volverá reconocimiento, canto y vida. Que eliminará perfiles de ruindad y descalificaciones, que aceptará la morada perfecta de la unicidad.
Los poemas de marzo son la libertad de escudriñar la propia psique y enarbolar las narrativas inmensas que cada uno poseemos. son la apertura a la imaginación, respuesta a preguntas cruciales, la conceptualización única de las creaturas de la libertad, el amor, la noche, la finitud material, las madrugadas y los colores. Son vida sin cortapisas ni maniqueísmo.
Son, los poemas de marzo, las respuestas más contundentes al por qué vivo y por qué estoy en esta realidad.
Por Ivette Estrada