Política

Día de muertos

  • Columna de Ivette Estrada
  • Día de muertos
  • Ivette Estrada

Hay días llenos de magia: cuando nuestros seres queridos que ya trascendieron regresan a vernos. Entonces les ofrecemos flores como símbolo de belleza de este mundo, agua que todo santifica, pan como sinónimo del todo, retratos o simbolismo de recuerdo, papel picado que es exhortación a la alegría y veladoras, símiles de luces y estrellas.

¿Realmente regresan nuestros muertos? Nunca se fueron. Viven en las anécdotas que compartimos, en los momentos/anclajes de vida, en sus palabras y en el recuerdo. Reaparecen cuando los nombramos, en la extensión de la nostalgia, en la imaginación y en el preludio de días y proyectos nuevos. “Viven” en nuestros ojos, en la voz del todo, en lo que percibimos y sentimos.

Están en un plano diferente al de nosotros y nos rehusamos a que no tengan la materialidad que poseemos. Sin embargo, sabemos que no están extintos. Les adjudicamos un lugar en el cielo y sabemos que están en un estadio perfecto que no marca la geografía. Están en las canciones, en las enseñanzas, en lo vivido. En el “corazón”, esa caja mágica que guarda todo lo trascendente y bello.

Existen verdades que no se acotan a la lógica y al materialismo: el amor rebasa la línea de la vida. El amor es lo que macera las ideas, lo que pervive a través de los años y horas, lo único que nos permite tener sentido. No se va cuando el cuerpo desaparece. No se extingue con el tiempo. Se vuelve velo, sombra, reticente llamado, latido. Lo que amamos nunca se desvanece.

El día de muertos, sin embargo, es el tributo tridimensional a los que se fueron. Es acicatear la memoria y crear una escalera al cielo.

Muchos critican que nuestras creencias, tan profundamente arraigadas, ahora se entrelacen con visiones de calaveras y monstruos, fruto de nuestra vecindad con una nación con raíces enredadas en muchas culturas y que los periplos volvieron poco hondas.

Hallowenn se convirtió en una vistosa fiesta y la cinematografía asumió erróneamente que existen desfiles de Día de muertos. Nada es inmutable, no debe serlo. A lo mejor ante esas caravanas de calacas permitan sonreír a quienes ya no estén en este plano. Pueden representar la ingenuidad de representar así la “otra” vida.

¿Nos atrevemos a dibujar el cielo con flores y luces? Tal vez es nuestra representación acotada de belleza. Hay quien llora porque no recuerda el rostro de sus muertos. Pero todo se limita a metáforas: la esencia de quienes se fueron está en cada uno de nosotros. Somos la encarnación de la espiritualidad de nuestros padres y quienes nos precedieron en la vida. Somos semillas de ellos.

Bendita la vida rotunda y bella de quien nos legó principios, dulzura, mansedumbre y sabiduría. Benditos nuestros queridos muertos y una tradición/ creencia que los sacraliza y recuerda. Y bendito también el sincretismo que genera estampas plásticos llenos de imaginación y colores que funden historia y vivifican recuerdos.

Ivette Estrada

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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