Conocemos las reglas del juego. Todo el mundo intenta acumular dinero, porque el prestigio social está unido a la posesión y el consumo. La publicidad dedica un enorme esfuerzo a ensalzar las virtudes de todo tipo de productos, ya que los beneficios económicos dependen del ritmo con el que la gente compra, usa, gasta y destruye, para volver a empezar. Con sus ambivalencias, creando riqueza y desigualdades, el capitalismo parece ahora mismo imbatible.
En abierto contraste, los antropólogos han estudiado cómo se organizaban las sociedades de cazadores-recolectores. Esa forma de vida antigua se basaba en el principio de reciprocidad. Por la mañana, algunos adultos abandonaban el campamento para pasar el día cazando y buscando alimento. Cuando regresaban al atardecer, compartían la comida con todos los demás. Al día siguiente salía otro grupo y repetía el ritual de reparto equitativo, sin importar que unos aportasen más que otros a la comunidad. En realidad, muchas familias se organizan hoy de esta forma desinteresada. Los jóvenes tienen un techo seguro hasta que se ganan la vida. Quienes están en apuros, son ayudados. Cada uno recibe según su necesidad y lo devuelve sin una regla establecida de tiempo o cantidad. Gracias a este sistema, la crisis económica ha sido menos letal. Y es que a veces las soluciones primitivas suavizan las inclemencias del progreso.
Irene Vallejo