
Cuántas veces, tratando de levantar nuestro ánimo, hablamos con nosotros mismos de esa forma suave y tranquilizadora que se emplea con los niños cuando tienen miedo de la vida. Nos decimos que es preciso confiar, ser fuertes, no desistir. Este impulso de desdoblarnos en un yo sereno que trata de apaciguar al otro yo, agitado por las preocupaciones, es muy humano y muy antiguo. De hecho, se ha rastreado por primera vez en La Odisea. Allí Ulises, pidiéndose sosiego, inaugura, según los expertos, la psicología entendida como diálogo íntimo.
Ulises fue un héroe épico que luchó durante diez años en la guerra de Troya y después, en su intento de regresar a su isla natal, a sus riquezas y a su esposa, vagabundeó de costa a costa durante otros diez años, conociendo todas las ansias y angustias imaginables. Perdió el rumbo muchas veces, sufrió naufragios y a menudo pareció que su destino era siempre el de perderse. De vuelta a su palacio, lo encontró ocupado por extraños y tuvo que mendigar en su propia casa. Fue en ese momento de derrota cuando se golpeó el pecho y arengó a su corazón con estas palabras: “Corazón, sé paciente, que ya en otras ocasiones sufriste reveses más duros, pero aguantaste.” Y así, aferrados a nuestra resistencia, llamando a la calma, los seres humanos dijimos las primeras palabras de una larga conversación interior.