
El sobresalto que causan las crisis demuestra que, aunque aspiramos a dejar atrás y muy deprisa nuestro pasado de país pobre, todavía hay mucha gente con un recuerdo vivo, biográfico, de aquel tiempo. Durante las etapas de desarrollo olvidamos la sabiduría de la escasez, que enseñaba a abstenerse, a conservar y a reparar. A cambio hemos descubierto que también existe una sabiduría de la abundancia. Debemos aprender a frenar nuestra voracidad. Hemos de encontrar nuestro propio camino entre la desmesura y la insuficiencia. La necesidad y las prohibiciones nos ahorraban el esfuerzo de elegir.
En el fondo, la democracia y la sociedad abierta plantean el gran problema de optar allí donde los excesos son posibles. Pues nuestras mayores complicaciones empiezan en el momento en el que podemos hacer lo que queremos, y la sabiduría quizá consiste, después de todo, en lo que cada uno hace con el dificultoso engranaje de sus propios miedos y su propia libertad. Por eso, a veces las numerosas opciones nos paralizan y nos escondemos de ellas batiéndonos en retirada y dejándonos regir por la apatía o por los apetitos compulsivos. Así nace la difusa ansiedad de los prósperos. El historiador romano Tácito, magistral observador de la naturaleza humana y escritor capaz de formular opiniones de rara amplitud, observó hace unos veinte siglos que los seres humanos tenemos dificultades para soportar una gran sumisión o una gran libertad. Y es que la sumisión nos limita, pero la libertad nos descubre nuestras limitaciones.