Cultura

El Tin Tan de Tepito

columna de Humberto Ríos

Israel Padilla Martínez, de estructura delgada, hasta hace poco caminaba solitario por el Centro Histórico de Ciudad de México, siempre ataviado de pachuco, cuyo parecido lo aproxima a Tin Tan; tanto, que baila al ritmo de son cubano y el chachachá, al estilo de Germán Valdés.

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La vida de Israel cambió hace seis meses, cuando por primera vez bailó con Silvia, una mujer de tez morena, igual que él, a la que solo conocía de vista y saludaba con un guiño en el Salón Caribe. Era un saludo fugaz. Él, ebanista; ella, empleada de un exclusivo restaurante.

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Padilla, conocido como El Tin Tan de Tepito, también tenía la costumbre de caminar por La Ciudadela y se detenía en La fuente del son, un histórico lugar del que no brota agua, pero tocaban son cubano y, como él dice, se convirtió en un “manantial de sabor”.

Por ahí pasaba tres años casi todos los días, hasta que en una ocasión amaneció invadido por miembros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, la CNTE; fue un plantón que duró varios meses, por lo que asiduos al baile dejaron de asistir.

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Lo que Padilla hizo fue acudir a los salones Caribe, Los Ángeles, La Maraca, La flor del son y otros más, pero al final solo terminó por ir al primero. Era un ermitaño que se daba vuelo bailando con quien aceptara, pues el ritmo lo trae en la sangre, ya que su bisabuelo es de origen cubano.

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Israel tenía, tiene, su historia, como todo el mundo, y aunque la suya no es extraordinaria, dice, la considera especial, pues solo el baile rompía con su soledad o escapaba de esta mientras se ocultaba entre la multitud que se mueve en el centro de la capital, sobre todo en la calle Madero; además entraba a museos e iglesias. También Tepito era, es, uno de sus asideros.

Un día de abril, después de esquivar varios meses la pesadilla de la pandemia, Israel Padilla Martínez regresó al Salón Caribe y fue así como esa tarde llegó —según sus propias palabras— quien ahuyentaría su soledad.

—¿Qué pasó ese día?

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—La miré —relata— y ella me miró con sus lindos ojos; los dos sonreímos, y, al compás de un rico son, la saqué a bailar.

—¿Y qué le dijiste?

—Nada más le dije que era para siempre; ella me dijo que se llamaba Silvia y yo le dije “mi amor”. Ella también caminaba solitaria, igual que yo; iba al salón Caribe sola, igual que yo. Después de 5 años de haberla visto por primera vez…

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—Y desde hace seis meses…

—Sí, y ahora juntos caminamos, cantamos, bailamos por todo esos lugares llevando luz, alegría.

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Una tarde de hace dos meses caminabas por avenida Juárez. En eso te llamó la atención un bailarín vestido de pachuco y fino bigote, al estilo Tin Tan, que bailaba en el mismo lugar donde ya es tradición que lo hacen un anciano de movimientos ágiles y una señora con mucha energía.

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La zona estaba rodeada de varias personas. El pachuco terminó de bailar y recibió aplausos; luego, cuando finalizaba la pieza, caminó hacia una banca donde había tres mujeres; ya frente a ellas, encorvó el cuerpo y con una reverencia de caballero saludó a la de en medio.

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Llamó la atención la forma de bailar y el singular gesto del hombre vestido de pachuco hacia aquella mujer de sobria elegancia, vestido rosa, zapatillas de tacón medio y una flor en su cabellera negra.

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Después de pedirle su número telefónico a él para entrevistarlo, supiste que se trataba de una pareja de apariencia única, y que él era un barnizador y restaurador de muebles antiguos.

—Un pachuco.

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—Sí, un alegre pachuco haciendo honor a Tin Tan, que va por la calle y el día menos pensado me dará gusto estrechar la mano de otras personas.

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La felicidad de Israel y Silvia está sazonada con la música. El ritmo recorre sus cuerpos. Eso dicen y lo demuestran al caminar por la emblemática calle Madero, donde empiezan a desparramar gracia.

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Israel Padilla Martínez bailaba desde los 15 años. “Yo escucho tantito los tambores y empiezo a cantar, a bailar, incluso a hacer pasos de Tin Tan, que es uno de mis ídolos”, insiste.

—Cuál sería el baile que más te sale natural.

—El son cubano, porque tiene algo de salsa, danzón y elegancia; tiene pasos cortos y suaves, se siente el sabor y puedes improvisar.

—¿Tienes tu estilo o sigues los pasos reglamentarios?

—Muy buena pregunta; fíjate que a mí me ha dicho mucha gente que tengo mi propio estilo, y sí lo creo porque nunca he tomado clases.

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Israel y Silvia están aprendiendo a bailar Rockabilly, un subgénero del rock and roll que se bailaba en los años 50, en especial los pachucos. Ensayan en la explanada del Monumento a la Revolución, pues pronto, junto a otros bailarines, estarán en el Salón Los Ángeles.

“Es un baile muy fantástico, porque está lleno de alegría, de entusiasmo; bueno, a mi chica y a mí es lo que nos gusta proyectar”, comenta Israel sobre Madero, una calle que recorre del brazo de Silvia García, con quien coincide en que cumplir ese rito es regresar a otros tiempos, porque se trata de las arterias más antiguas de la ciudad.

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Y habrá que cruzar Eje Central Lázaro Cárdenas, donde la pareja se mezcla entre el gentío que va y viene, para luego hacer un alto y bailar en avenida Juárez y después cruzarla e internarse en la Alameda Central, hasta llegar a la parte de en medio y reunirse con otros bailarines.

Ellos siempre serán la sensación por su forma de vestir y de bailar. Silvia García, vestida de rosa y zapatillas rojas, recuerda que aprendió a bailar en la calle, y apenas hace cinco años en los salones de baile Tlatelolco y Caribe, en este último donde conoció a Israel Padilla.

—¿Y de niña?

—Bueno, desde pequeña yo soñaba que sabía bailar; me decía: “Yo sí sé bailar”, pero nunca, nunca lo intenté.

—Y entonces apareció el hombre del sombrero…

—Sí, pero lo chistoso es que nunca bailé con él. Nunca. Nada más nos saludábamos, sonreíamos y nos saludábamos.

—¿Y el día que bailaron?

—No nos soltamos, ja,ja. Bailamos esa noche y ya no nos soltamos.

—Hubo química.

—Hay química, sí.

—¿Cuál es la música que más te gusta bailar?

—Salsa y son cubano.

—¿Qué sientes cuando bailas?

—Libertad, libertad y un gusto inmenso.

Por aquí se les verá los lunes, martes y domingos, con el inevitable ritmo en el cuerpo, siempre derramando alegría.

—¿Qué significa el baile?

Responde Silvia:

—El baile es libertad, como dije, y nos da vida, porque no hay un lugar exacto para bailar; podemos bailar en casa, en la calle, esperando el Metro; es sentirnos, sentir la música por dentro.

—¿Fuera amarguras?

Responde Israel:

—Fuera amarguras. Porque la vida es algo más que un carnaval; la vida siempre será una canción, un poema; me gustaría que la gente supiera que vale la pena vivir; que Israel Padilla, el Famoso Tin Tan de Tepito, les invita a que vivan hoy como si fueran a morir mañana.

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Humberto Ríos Navarrete


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