Cultura

El niño que avistó águilas

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Es una aguililla rojinegra. Es el mismo tipo de ave rapaz que avistó Juan Enrique Bautista cuando era niño. Fue un día que salió en bicicleta de su casa, en la colonia El Arenal, alcaldía Venustiano Carranza, y pedaleó hacia la parte de atrás del Aeropuerto Internacional de Ciudad de México.

Juan Enrique tenía ocho años. Entonces quedó extasiado; después, sin dejar de pensar en aquel relámpago rojinegro, siguió el pedaleo de su bicicleta y por un momento pudo ver que lo seguía.

Y pasó el tiempo.

En el transcurso de su vida supo que esa ave tornasolada era un símbolo mexicano que debía ser rescatado. “Fue un sueño que se hizo realidad”, comenta muchos años después de aquel avistamiento.

Todo empezó cuando supo que había nidos de águilas cerca de donde hasta ahora sigue viviendo, de modo que la curiosidad lo llevó a buscarlas, pues no podía creer el cuento. Y fue cuando emprendió aquel viaje mágico, dice, desafiando las reglas de su infancia.

Y vio el despegue.

Y el despliegue.

Lo recuerda ahora, entre árboles y nopales gigantes, mientras ordena a su águila amaestrada, de nombre Kyya, dirigir su vuelo hacia una rama, para después llamarla con ese silbido especial que sale de sus labios. Entonces el ave regresa a su brazo.

Enseguida evoca:

—Y en eso, como ahorita, así como está aperchada en el árbol, se me aperchó aquella águila que abrió sus alas y yo me quedé… oh, por Dios, guau, con ese recuerdo sumamente lindo en mi mente. Un recuerdo sembrado.

—¿Tú y Kyya contra el mundo depredador?

—Sí —sonríe—, pero nos valimos de estrategias.

—¿Y cuál es tu misión...?

—De crear conciencia en el mayor número de personas posibles de que el medio ambiente tiene importancia y que debemos  protegerlo. Nada más. Ni siquiera debería existir yo para que lo supieran.

—De dónde viene el nombre.

Kyya es una onomatopeya. Es un sonido —y silba para demostrarlo— que se pronuncia igual que se escucha.

***

La cita con Juan Enrique Bautista es frente a su casa de la colonia El Arenal, en la que nació hace 36 años; en su domicilio tiene un cuervo, algunos perros y un búho que uno de sus amigos le dio a cuidar.

Es el mismo domicilio del que partió hace 28 años, con la única curiosidad de buscar nidos de águilas.

Ahora Juan Enrique llega a bordo de una motocicleta, de la que tira una jaula con ruedas, cubierta con una tela gruesa. En el interior, sin que la muestre en ese momento, lleva a Kyya.

Es la misma ruta que seguía cuando era niño, solo que ahora, en lugar de bicicleta, trae una moto.

—Síganme —pide.

Y acelera por el exterior del área perimetral del Aeropuerto Internacional de Ciudad de México, sobre una descuidada cinta asfáltica que lo hace zigzaguear y trastabillar.

Pasa cerca de la Alameda Oriente, gira sobre Anillo Periférico y enfila hacia la Autopista Peñón-Texcoco, hasta llegar a una extensa zona con malla perimetral que abarca matorrales, para luego dirigirse por un escabrosa vereda que lleva al lago Cola de Pato —cubierto por una alfombra de lirio acuático—, que forma parte de un conjunto donde lejos de ahí sobresale el Nabor Carrillo.

El hombre porta todos los permisos oficiales —“y más”, dice— que le permiten traer a Kyya, su compañera, con la que recorre escuelas para concientizar a niños sobre el cuidado del medio ambiente. Esta misma labor la hace con funcionarios públicos.

Kyya ha sobrevolado el frontispicio del Palacio Legislativo de San Lázaro, lo mismo que el Templo Mayor; el propio presidente López Obrador, acompañado de funcionarios, ha sido testigo del vuelo de esta aguililla rojinegra, cuyo compañero, Juan Enrique Bautista, insiste en que esta ave es de la misma especie que simboliza nuestro Escudo Nacional.

***

El suyo no es un oficio, aclara Juan Enrique Bautista, sino “un programa de misión que consiste en crear conciencia ecológica con los estudiantes, los diputados, los presidentes, los legisladores; o sea, con todas las personas a las que podamos dar el mensaje.

—Dices que se trató de un avistamiento.

—Sí, un avistamiento natural. Yo estaba buscando las águilas y así, como está ahorita, se paró en el árbol y abrió las alas enfrente de mí; además, me iba siguiendo, como ahorita ves que nos sigue Kyya.

—Y te queda en la memoria.

—En la memoria y en el corazón.

—Cómo supiste que era una águila.

—En ese momento no sabía que era un aguililla rojinegra; yo sabía que era el águila de la bandera. Y me quedé… guau.

—Y seguías viniendo.

—Por supuesto, nunca dejé de venir.  De hecho tenía prohibido venir hasta acá porque era muy lejos, y menos en bicicleta; pero está super bonito aquí: solo tú, Kyya y la naturaleza.

Juan Enrique estudiaba leyes en materia ambiental y manejo de especies, mientras preparaba los registros legales; todo, para poseer a Kyya, que permanecía en un criadero con su madre y personas capacitadas.

—Y ya cuando llegó Kyya, en octubre de 2013 —recuerda Juan Enrique—, empezamos a visitar el parque, a hacer vuelitos. Todo un proceso de adiestramiento. Mi sueño más grande era venir al campo, caminar en una tarde fresca y que te siguiera. Fue un sueño logrado.

Y después de salir con ella a los parques, y ante la curiosidad de la gente, sobre todo de niños, el hombre afianzó su interés por la educación ambiental, de modo que en 2016 aceleró su campaña.

—¿Crees que Kyya nunca se irá?

—Puede irse cuando quiera.

—¿Pero regresaría contigo?

—Sí, claro, a excepción de que haya un viento muy fuerte, porque el viento se la lleva. Por eso venimos a volar aquí, porque si se va dos kilómetros, la encuentras; pero si en la ciudad se va dos cuadras, hay una serie de riesgos que la ponen en peligro.

—¿Qué sientes cuando Kyya se pierde?

—Pues ahorita ya tiene años que no se ha perdido; los primeros días, híjole. Pero confías en tu adiestramiento, en que ella está aquí.

Y aquí están Kyya y Juan Enrique. Ambos en conexión. Ella en las ramas de un árbol, desde donde lo observa con su mirada de largo alcance.

—¡Ven, Kyya! —la llama y silba.

Y Kyya planea el vuelo hacia la muñeca derecha de Bautista cuyos ojos brillan cuando silba y pronuncia ese mágico nombre. 

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Humberto Ríos Navarrete
  • Humberto Ríos Navarrete
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