La masacre ocurrió en Riga, Letonia, como avance del fascismo; entonces, Boris Lurie, de 21 años, y su padre, que habían sido separados, dejaron atrás la mayor parte de su familia, víctimas de aquella matanza temprana, que ya auguraban los campos de concentración.
Los dos hombres sobrevivieron al trauma y al horror; pero con el peso de la culpa, como ocurre con sobrevivientes de cualquier acontecimiento de esa naturaleza, pues persistirá en sus pensamientos los porqués. Fue un dolor con el que Boris lidió toda su vida, ya afuera de su país.

Entonces emigran a Manhattan y Boris Lourie inicia su carrera artística; con el tiempo se hace de una fortuna, pues invierte en acciones de centavo y bienes raíces en Nueva York, pero eso no cambia su manera de pensar.
Su estudio es una especie de buhardilla, como se aprecia en videos, y camina por las calles neoyorquinas sin ese aire de afortunado.
“Estamos ante un hombre que sobrevivió al Holocausto y que perdió a su madre; un hombre que perdió a una hermana y perdió a su abuela; también pierde a su primer amor de juventud durante la matanza de Rumula”, refiere Reynier Valdés Piñeiro.

Y ahora estamos en el Museo Nacional de las Culturas del Mundo, ubicado en Moneda 13, Centro Histórico de CDMX, que presenta la obra del artista judío, nacido en Rusia, quien emigró a Nueva York, donde realizó pinturas y esculturas, fruto del movimiento que fundó: No-art.
“Estamos en la exposición más completa que se haya hecho en América Latina sobre la obra de Boris Lurie. Es una exposición que la titulamos No complaciente, Boris Lurie en México”, añade el curador.
—¿Por qué titularla así?
—Para ser sinceros con el público mexicano y con el público en general que la pueda visitar, recordarles que es una exposición que no agrada en el sentido tradicional del arte.
—¿Por qué?
—No vamos a encontrar aquí la pintura hermosa, que asociamos con la idea de arte; la pintura pulida, no: aquí tenemos un tipo de obra muy frontal, muy contestaría, muy irreverente…
—Provocadora.
—Exactamente, que tiene una belleza en otro sentido…Yo diría la belleza del irreverente, la belleza del iconoclasta.

La muestra, que reúne 95 piezas originales de tres mil que forman el patrimonio total de Boris Lurie, fueron facilitadas por la fundación que lleva su nombre, dedicada a su preservación y exhibición.
***
Es la obra de un artista marcado por la tragedia y la injusticia, que abarca de los años cuarenta hasta los setenta, década ésta en la que incluye el hormigón, el concreto, objetos punzantes, como se puede observar.
El curador explica:
“Cada periodo de Boris, en cada década, tuvo un material de soporte: los cuarenta, el dibujo, el papel; los cincuenta, la pintura al óleo y gran formato; los sesenta, el collage, el agregado de pintura de manera visceral; y los setenta, el concreto, el hormigón y la inclusión de objetos punzantes: el cuchillo, el machete y, al final de su vida, el hacha”.

Durante el recorrido, Reynier Valdés Piñeiro, de origen cubano, detalla la obra de Boris Laurie.
“La unidad se llama Estrellas heridas; nosotros lo vemos así: es una herida abierta, que no sana nunca, es la herida de la pérdida, es la herida de las víctimas del Holocausto, pero es una herida que se actualiza de cualquier injusticia; por eso nosotros le llamamos Estrellas heridas.
Boris Lurie es un artista bastante marginal dentro de ese relato hegemónico, que es la historia del arte, que dice quienes trascienden, quienes pasan a la posteridad y quienes se van quedando rezagados”.

***
La carrera artística de Boris Lurie siempre estuvo marcada por el dolor, por el trauma, por la herida, pero también por la innovación artística, por la creación; porque, añade el curador, “no solo es un artista marcado por el Holocausto, sino un artista con todas las de la ley; por tanto, experimenta, aporta, innova, explora la materia artística, como vamos a ver en las cuatro unidades que conforman esta exposición”.
—¿Y esa fotografía? —se le pregunta mientras observamos una foto en la que el artista aparece cargando un costal y rodeado de objetos en un cuarto de apariencia descuidada.
—Es una fotografía de los años 70 que le tomaron a Boris Lurie en su estudio de Manhattan, que resume su vida, su universo artístico; Lurie es un hombre que, está constatado, pintaba las paredes de su habitación de negro; sus amigos dicen que seguía viviendo como si estuviera en un campo de concentración, que tenía todo amontonado; que tenía como un mal de Diógenes, pero que al mismo tiempo integraba en su obra artística objetos cotidianos, como puede ser una muñeca, como puede ser un pedazo de concreto, una pala…

—Y también tenía sus musas…
—Sí, Boris Lurie tuvo una relación muy singular con lo femenino y con la figura de la mujer, pues a veces aparecen tres mujeres fantasmales, que parecieran el recuerdo de esa pérdida; pero en los años 60, cuando crea el Movimiento Contra el Mercado del Arte, contra la lógica del capitalismo, una crítica muy ácida a la American way of life, agrega a la mujer desnuda, sensual, erótica, que abundaba en las revistas que se consumían en el Estados Unidos de los años sesenta. Era una práctica muy común entre los veteranos de la Segunda Guerra Mundial, los jóvenes, que además de consumir el cómic, también tenían sus revistas eróticas.
—¿Y qué lo acerca a este artista?

—Sería muy irrespetuoso compararme con el drama de Boris Lurie, porque afortunadamente no lo he vivido, pero sí en algún sentido, porque no vivo en mi tierra de origen, Cuba, pues no comparto las ideas políticas del gobierno actual; entonces, hay cosas que lo entiendo: esa irreverencia con el statu quo, por ejemplo, y lo admiro porque es franco, frontal, porque no tiene miedo a decir no y a quedarse al margen.
“Y hay que ser muy valiente a quedarse fuera”.

Humberto Ríos Navarrete