El cuento “La verdad sobre el caso del señor Valdemar”, publicado en 1845, por el escritor estadounidense, Edgar Allan Poe. Nos habla de un experto que hipnotiza a un enfermo terminal de tuberculosis “in articulo mortis” (Locución latina que significa, a punto de morir, instante donde se recibe el Sacramento. Término jurídico: “Heredó in articulo mortis”). El experto quiere saber qué sucede con un agónico en ese estado.
El cuento de Poe está en el contexto de las ideas del médico Franz Mesmer, que dio a conocer el “mesmerismo” o “magnetismo animal” refiriéndose: “A un fluido invisible que permite la actividad del cuerpo humano y que su desequilibrio es la causa de los males.” El paciente entraba en un trance hipnótico “sueño magnético” por medio de la sugestión. Mesmer empleaba imanes, electricidad, metales y hasta maderas en sus terapias.
Su método desde ese entonces fue puesto en duda. Más sus discípulos lo siguieron usando y entre ellos apareció James Braid, neurocirujano escocés, quien acuñaría los términos hipnosis, hipnotizar e hipnotizador. Se opuso al mesmerismo y lograría valiosos avances en este campo.
Hoy se le llama hipnología: “Del griego, hipnós, sueño, logo, tratado.” “Estudio de la hipnosis desde el punto de vista filosófico, ontológico y psicológico.” Se aplica como hipnoterapia, pero dentro de la comunidad científica todavía no cuenta con una total aceptación. Aunque varios terapeutas han dado pruebas de su eficacia.
El cuento es del género de ficción: “Simulación de la realidad dentro de un mundo imaginario. Del latín, fictio o fictus, fingido o inventado.” Se suma que los lectores y los médicos, creyeron que Poe había descrito un suceso real, mediante una crónica periodística.
La obra inicia con la molestia del experto en hipnosis que relata que el caso Valdemar se ha filtrado a la sociedad: “A pesar de los esfuerzos no tardó en circular una versión espuria. Ha llegado el momento de que yo dé a conocer los hechos.”
Narra que la hipnosis es su pasión y que ha visto una enorme omisión: “Jamás se había hipnotizado a nadie in articulo mortis. Quedaba por verse si, en primer lugar, un paciente en esa condición sería susceptible de influencia magnética; segundo, su estado aumentaría o disminuiría dicha susceptibilidad, y tercero, hasta qué punto, o por cuanto tiempo, el proceso hipnótico sería capaz de detener la intrusión de la muerte.” Dice que: “Excitaban mi curiosidad, sobre todo el último.”
Se entera que el señor Valdemar –hombre solo, sin parientes, a quien ya hipnotizó pero sin resultados- está enfermo de tuberculosis y a punto de morir. Le plantea la prueba. Valdemar acepta: “Convinimos, que me mandaría llamar veinticuatro horas antes del momento fijado por sus médicos. Hace más de siete meses que recibí la nota, de su puño y letra: Estimado P… ya puede venir. D… y F… coinciden que no pasaré de mañana.”
P… acude: “Me aterró la espantosa alteración. La piel se le había abierto en los pómulos. Expectoraba. Los médicos me detallaron: el pulmón izquierdo, cartilaginoso. El derecho en la parte superior, osificado. La zona inferior, una masa purulenta y adherida a las costillas. Sospechaban de un aneurisma en la aorta.”
Ante tal situación decide rápido hipnotizarlo. Los sucesos serán de total horror. Valdemar dice qué ya murió con una voz que jamás se han oído: “-No sufro… Me estoy muriendo.” En varias pláticas la lengua del muerto se mueve y aparece la voz sórdida: “Estuve durmiendo… y ahora… estoy muerto.” Así transcurren siete meses, hasta que P… decide despertarlo: “-¡Por amor de Dios… pronto… hágame dormir… o despiérteme…! ¡Le digo que estoy muerto!
Lo que primero que indica su regreso es: “El descenso de la pupila con un flujo amarillento que despedía un olor fétido. Todos se hallaban preparados para ver despertar al paciente. Pero lo que realmente ocurrió fue que su cuerpo se encogió, se deshizo… se pudrió entre mis manos, quedó una masa casi líquida de repugnante putrefacción.”