Por las noches suenan las campanillas de sus bicis, sus saludos, la música y las consignas que claman justicia. Las luces de esos vehículos son un río que desafía las reglas y se mete entre el tráfico; fluye la energía. Son las caravanas de jóvenes que a bordo de sus bicicletas muestran los cambios que se avecinan.
Cuando las calles se llenan de bicis es porque la sociedad busca otra forma de moverse y son, los y las jóvenes, quienes primero la adoptan. Como diversión en un inicio, como medio de transporte más adelante. Pero ese cambio no llega solo, aunque la sociedad esté madura para construir ciclovías y aceras más amplias para los peatones, despierta resistencias de los reacios a dejar la comodidad del vehículo privado.
Sin embargo, cada vez somos más los que optamos por movernos en bici y siempre abrimos polémicas en casi todas las ciudades; da lo mismo si hablamos de Oaxaca, Culiacán, Mérida, Querétaro, Tampico o Torreón.
La sociedad del automóvil no va a transformarse sola. Toca vencer sus resistencias. Por eso los ciclistas somos incómodos, somos los que nos organizamos y resistimos. Porque ponemos cara a los funcionarios que conceden beneficios fiscales a los dueños de los automóviles y no a quienes usamos la bicicleta o el transporte público. Porque nos quejamos del estado de las calles, porque nos rebelamos ante la normalización de las muertes viales y en vez de “accidentes” comenzamos a hablar de “asesinatos”.
Quizá no nos quieren porque exhibimos uno de los absurdos más grandes de este siglo: la preeminencia del automóvil.
Y aquí es donde algunos automovilistas ya no seguirán leyendo, pero ojalá entiendan que tener un auto no es un crimen, sí lo es dejarlo en la banqueta, obstruir los pasos peatonales, manejarlo a velocidades no permitidas, con alcohol en la sangre y poner en riesgo no solo nuestras vidas, sino también las de otros.
Quizá no podamos invertir los términos del capitalismo ni frenar la explotación de las grandes financieras globales, pero sí podemos exhibir los absurdos cotidianos que se cometen en las ciudades en pro de quienes tienen y abusan de su auto.
Hay muchas desigualdades y luchas que dar para lograr sociedades más justas y ciudades más humanas, pero la redistribución del espacio público es una de ellas y en la cual sí tenemos injerencia.
Dos metáforas ilustran bien los excesos de la sociedad del automóvil.
No te compras otra talla de pantalón cada vez que subes de peso, mejor te pones a dieta. Claro que siempre puedes hacerle otro hoyo al cinturón, pero llega un momento en que ni esto es viable.
La otra la tomo literal de Areli Carreón: “Supongamos que en mi casa no hubiera espacio para mi lavadora y decidiera ponerla en la vía pública para lavar mi ropa, en el espacio de todos, sin ningún beneficio ni servicio para nadie, más que para mí. Pues su coche es igualito”.
Por eso, aquí seguiremos, los ciclistas incómodos, hasta que la comodidad sea un privilegio de todos.
Héctor Zamarrón
@hzamarron