Más de mil habitantes de la Ciudad de México acudieron en julio a “pagar” sus infracciones cívicas por violar las normas de tránsito. Tras dar esa noticia en el noticiario de Notivox Televisión que conduzco, una amiga me escribió: “Yo soy una de ellas, también me toca ir a pagar mis infracciones”.
Ahora la sanción no es solo económica, sino que incluye cursar de forma obligatoria el reglamento de tránsito, servicio social y una asistencia a la biciescuela, donde se les explica a los infractores por qué tienen que conducir con mayor precaución y cuidar a los demás actores de la calle, usuarios más vulnerables, personas mayores, niñas y niños, peatones, ciclistas, repartidores, empleados de limpia, jardinería, pintura y bacheo.
Los infractores experimentan lo que implica ir a bordo de una bici al ser rebasados a altas velocidades, por aquello de que nadie experimenta en cabeza ajena.
Aunque parecen nuevas, las biciescuelas tienen su historia.
La primera biciescuela en la Ciudad de México data de principios de siglo xx, cuando el ciudadano Celso Márquez acudió ante el entonces gobernador de la capital a solicitar un permiso para instalar “en un corral de la casa número 7 de la Calzada de San Antonio Abad una enseñanza del ciclista”.
El documento consta en un folio amarillento pero bien conservado en el Fondo Ayuntamiento (vehículos, bicicletas, vol. 1884) del Archivo Histórico de la Ciudad de México, con un sello de recibido de la oficialía de partes.
En él, Márquez explica que busca “despertar el entusiasmo por esta clase de sport y contribuir por ese medio al desarrollo de la cultura física de la juventud. Para llevar a cabo esta enseñanza equiparé a precios reducidos, el número de bicicletas que requiera el contingente de jóvenes partidario de esa diversión…
“La instrucción en el mecanismo o manejo de estas máquinas tendrá lugar todos los días, sin cobrar nada a las personas que llegaran a concurrir como simples espectadores, por lo expuesto, suplico gobernador, respetuosamente se sirva concederme el permiso para establecer la diversión de referencia. Protesto lo necesario. México, julio 28 de 1910”.
En el Archivo Histórico también puede consultarse una copia del “Reglamento de velocípedos” -o “máquina de locomoción análoga”, como se referían a las bicis- de mayo de 1898, aprobado por la Corporación Municipal.
Otro documento que existe en ese fondo, vergüenza ajena, es un comprobante de la confiscación de una bicicleta porque su conductor, Guillermo Evans, quien con una bicicleta “Mitchell”, desprovista de timbre y placa “atropelló a la señora María Acevedo de Velasco, en Cerrada de la Misericordia núm 17”.
Un acta con el sello de la Demarcación de Policía, con el águila porfiriana, erguida como la juarista pero con las alas abatidas, fechado el 1 de octubre de 1903 da cuenta de los hechos.
Y los pecados de entonces: A la Subdirección de Municipales fue remitida una bicicleta “Meenon I Stud, del Sr. Gaudencio Sánchez” enviada al departamento de coches por un inspector debido a su falta de timbre, un 11 de octubre de 1912.
@hzamarron