Sí, la obesidad es una de las principales comorbilidades del covid-19. Tener sobrepeso u obesidad son factores de riesgo para quienes contraen el nuevo virus que tiene a todo el mundo en una pandemia de proporciones bíblicas, como las plagas en tiempos de Moisés.
Lo dicen los especialistas, lo dicen las autoridades de salud y lo repiten los medios de comunicación todos los días: tres de cada cuatro personas que han muerto de covid-19 tenían la presión alta, diabetes u obesidad.
Lo dicen los papers, que se multiplican como moscas en verano, lo publican las revistas científicas: la obesidad y el sobrepeso producen una inflamación de los órganos del cuerpo que, aunado a la respuesta del sistema inmunológico disparada por el virus, provocan un colapso de los pulmones, primero, y después del corazón, el hígado, los riñones...
La lectura de esos reportes cuando se es algo (o muy) gordo podría ser el camino más directo a la depresión, la angustia y el miedo a perder la vida por contagiarse de covid-19 en estos tiempos.
Y todo por un gusto culposo, haya sido un poco más de helado, esa bolsa de fritos, los panes dulces del desayuno, los caramelos entre comidas, las papas o la hamburguesa con extra queso y tocino.
Aunque quizá se trate de los tamaños cada vez más grandes de los refrescos y esa tendencia a comer todo empaquetado, con exceso de sales, grasas y azúcares, los alimentos ultra procesados, pues.
Pero como uno no sabe mucho del tema —nomás lo sufre— ni es experto en nutrición, termina culpando a las inocentes tortillas o los tradicionales antojitos de maíz con su innumerable cantidad de versiones a todo lo largo del país: bocoles, corundas, enchiladas, empanadas, gorditas (dulces, infladas o petroleras), pellizcadas, picaditas, sopes, tlacoyos, quesadillas, etc.
Ser gordo, sin embargo, no es una decisión individual. Vivimos y crecimos en ambientes obesogénicos, con un sedentarismo que no ayuda en nada, producto de un cambio económico y social producido en los últimos 30 años.
Para la mayoría de la población ni siquiera se trata de un gusto culposo sino de la ausencia completa de opciones para comer sanamente. Es otra expresión de la desigualdad del sistema.
Pero lo peor ha sido la inacción o complicidad de las autoridades de salud ante el evidente problema y la publicidad indiscriminada de productos dañinos para la salud que la industria privada defiende a ultranza.
Uno de ellos es Salomón Chertorivski, el ex secretario de Salud que tuvo en sus manos la decisión de poner un freno a esta epidemia y no lo hizo, como lo documentó esta semana Alejandro Calvillo en poplab.mx en su columna “Salomón, el desmemoriado”. Ahí, Calvillo cuenta cómo la pandemia llegó con la mesa de las epidemias de obesidad y diabetes bien servidas.
Desde 2006 México tenía el más acelerado crecimiento de obesidad en el mundo, como lo demostró la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición. Se venía una catástrofe en salud.
Hoy, el resultado está en los hospitales saturados, en la sobrecarga para médicos, doctoras, enfermeras, en los más de 16 mil muertos por covid-19.
No, no es culpa de uno. La epidemia de obesidad tiene nombre y apellido.
@hzamarron