Que los salarios en México se han ido devaluando y han perdido su poder de sacar a la gente de la pobreza no es algo nuevo. Que la pobreza se extienda y se haya convertido en una porción casi inamovible, con niveles escandalosos pese a promesas, estrategias y anuncios, tampoco es novedoso. Y tampoco lo es que un estudio diga que los mexicanos tienen el salario mínimo más bajo de toda América Latina: 5.9 dólares al día, muy lejos de un argentino que percibe 575 por ciento más. Los bajos salarios y la pérdida del poder adquisitivo se han convertido en males endémicos para la economía mexicana.
Lo que debería sorprendernos es que pasen las administraciones, las ideas, la riqueza y la coyuntura, y el problema de los bajos salarios no sólo permanezca sino que ya parece marca registrada. ¿Qué hace que los salarios sean malos y por qué no se ha logrado revertir esta situación? ¿Estamos condenados a vivir en sociedades de ingresos precarios y distribuciones injustas? Estas preguntas deberían encontrar respuestas urgentes en una población que tiene 50.3 millones de personas ocupadas en el mercado laboral, de las cuales el 13 por ciento sólo percibe un salario mínimo.
Hace unos días, la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD) llamó a las economías emergentes a impulsar un incremento en los salarios. El problema que se busca atacar es la pérdida del poder adquisitivo de las personas. Y este problema, en el caso mexicano y latinoamericano, no sólo debe ser una prioridad sino una alerta roja para gobernantes, empresarios y ciudadanos: en sociedades empobrecidas, con bajo poder adquisitivo y altos niveles de inequidad, es imposible lograr una calidad de vida aceptable para todos.
En el mismo sentido, James Heckman, Premio Nobel de Economía en el año 2000, sostiene que el componente determinante para combatir los bajos salarios y la desigualdad es la educación. Es decir, que los ingresos de los trabajadores dependen en gran medida de los conocimientos y las habilidades que tengan. El economista dice que lo que hay que atender es la educación, lo cual hará que se tenga una fuerza laboral más preparada y más productiva. En otras palabras, estamos en una economía del conocimiento en la que necesitamos más preparación si queremos aspirar a mejores ingresos.
El problema de los bajos salarios no sólo es de los que menos ganan sino que debería ser un compromiso de todos. No sólo los gobernantes sino también los empresarios deberían entender que la inversión en la educación, en el talento y las habilidades de los recursos humanos, es fundamental para lograr una economía más competitiva y, sobre todo, menos injusta en la distribución. Hay que desterrar mitos como el de la mano de obra barata para pasar a construir una realidad de profesionales especializados, con recursos humanos formados para acceder a mejores empleos y mejores ingresos. Con bajos salarios y poca educación no podremos combatir la pobreza ni la precariedad. m