Negocios

Reconocer a los que saben

Una de las grandes contradicciones que vivimos en estos tiempos tiene que ver con el poco valor que se le concede a los adultos mayores en el mercado laboral pese a que la generación de riqueza se concentra en el conocimiento: mientras los mayores son excluidos sistemáticamente de los empleos debido a su edad, la economía del conocimiento se ha convertido en la gran generadora de riqueza en las naciones desarrolladas. Es decir, estamos ante un mercado laboral que descarta a personas de la tercera edad pese su experiencia, su conocimiento acumulado y su enorme potencial. Los mayores tienen un capital muy valioso que, paradójicamente, no se capitaliza en el trabajo.

Hace algunos días tuve la oportunidad de conversar con dos estudiosos de la situación de los adultos mayores: Giovanni Argel, de la Universidad de Córdoba, Colombia; y Dominique Gay-Sylvestre, de la Universidad de Limuges, Francia. Ambos coincidieron en que cuando una persona llega a los 55 o 60 años de edad le resulta muy complicado conseguir un buen empleo, como si en el mercado no se tuviera conciencia del valor de la experiencia, del conocimiento y el saber hacer. Como si las personas tuvieran fecha de caducidad para el trabajo, al cumplir cierta edad se las deja de lado.

En el caso colombiano, el doctor Argel me dijo que los adultos mayores son expulsados hacia la pobreza, la informalidad, la desigualdad de ingresos y otros males propios de economías desiguales. Tanto en Colombia como en Francia parece una tradición que en lugar de un nuevo empleo los adultos mayores son “invitados” a cuidar nietos. La doctora Gay-Sylvestre me dijo que el lugar de los mayores está con nosotros, al lado de todos, y no en asilos, fuera del mercado o cuidando nietos. “No percibimos el valor que podemos sacar de su experiencia, de la memoria”, me dijo.

En América Latina tenemos enormes problemas con la tercera edad: no sólo los sistemas de jubilaciones y pensiones llegan a una parte mínima de la población, sino que las condiciones de pobreza, precariedad y desigualdad hacen que el ahorro no sea un hábito sino un lujo esporádico. Estamos ante generaciones que envejecen sin haber tenido condiciones para prepararse para el futuro y que llegan a un tiempo en el que necesitan seguir trabajando, pero el mercado laboral ya no los valora. Y por eso vemos a nuestros mayores en ocupaciones informales, en empleos precarios o, simplemente, excluidos.

El doctor Argel lo dijo con crudeza: mientras en América Latina se ve a los adultos mayores como descartables, en países desarrollados son vistos como la fuerza de la transformación productiva. Estamos acostumbrados a pensar en la fuerza laboral como si todo fuera trabajar en el campo, las industrias o el comercio. Pero es en el cuarto sector, el de la economía del conocimiento, en donde los que tienen experiencia pueden impulsar grandes transformaciones. Si la riqueza de hoy está en el conocimiento y nuestros adultos mayores están llenos de saber, es tiempo de replantear la ecuación y valorarlos en su justa medida.

Twitter: @hfarinaojeda

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Héctor Farina Ojeda
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