Una de las grandes luchas que enfrentan las economías latinoamericanas es contra la inflación: los bancos centrales y las instituciones económicas buscan que los precios de los productos de consumo básico vuelvan a niveles “tolerables” para la mayoría de las personas, luego de que la pandemia de covid 19 desestabilizara todo el sistema de precios y nos dejará con un encarecimiento del costo de vida que hasta ahora no se ha podido revertir. Como una medida para intentar frenar la escalada de precios, los banco centrales aumentaron las tasas de interés -para “encarecer el dinero”- pero esto no fue suficiente: la inflación sigue alta y los créditos se mantienen muy caros.
Al mismo tiempo que se desata la batalla por hacer que el costo de vida vuelva a niveles prepandémicos, los pronósticos para las economías latinoamericanas están empeorando en un contexto en el que la pobreza y la desigualdad se mantienen altas. Recientemente la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) recortó las proyecciones de crecimiento latinoamericano a 1.8 por ciento en 2024, mientras que hace unos meses -en mayo- creía que el repunte sería de 2.1. Otros organismos internacionales también recortaron las expectativas debido, fundamentalmente, a las amenazas de recesión en Estados Unidos y a la pérdida de impulso de la economía china.
Esta lucha por tratar de controlar la suba de precios en el contexto de una desaceleración de las economías, de menores proyecciones para la generación de empleos y el pago de buenos salarios, tiene el agravante de que los que más padecen son los que viven en condiciones de precariedad: hay más de 200 millones de personas que viven en la pobreza en América Latina y que no tienen capacidad para cubrir los costos de las necesidades más básicas. Imaginen lo que les pasa cuando suben los precios, cuando todo cuesta más y cuando no hay posibilidades reales de mejorar los ingresos.
El momento latinoamericano es complejo: precios altos, crecimiento insuficiente, empleos que no alcanzan, mucha informalidad y un conjunto de grandes carencias sociales que generan malestar. Y aunque por momentos haya buenas noticias, algunos anuncios de inversiones importantes o un buen precio de las materias primas, la cuestión de fondo sigue siendo que las economías no tienen la suficiente fuerza para crecer desde dentro y repartir oportunidades, empleos, ingresos y mejorías para la gente. Como bien lo dice Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía 2001, hay un rezago estructural que limita las posibilidades de enfrentar a la globalización y por eso en lugar de ganar, perdemos.
La gran apuesta debe ir más allá de los precios de hoy y los pronósticos para mañana: es trabajar en la construcción de bases para economías más sólidas, más visionarias, más innovadoras y menos dependientes. Hay que trabajar en el conocimiento, en la innovación, en lo digital y en el futuro: hacía ahí se mueve la riqueza de hoy.