Los seres humanos, para bien y para mal, somos mucho más predecibles de lo que pudiera pensarse. No por nada existen ciencias como la psicología y la sociología, que hacen conjeturas sobre el comportamiento humano según el contexto y las variables ante las que se encuentren. Pero si hablamos de los sismos de septiembre, una cosa es la reacción psicológica y sociológica esperada ante el acontecimiento específico (ayudar a quienes lo necesitan, cosa que ha hecho la mayoría), y otra es hacer más de lo normal, volcarse en empatía, salir a las calles, buscar más y más formas desinteresadas de asistir a quienes más lo necesitan (cosa que han hecho muchos, también).
Es decir, hemos visto la reacción natural humana de ayudar en momentos de emergencia, y además el esfuerzo extra desinteresado de muchos mexicanos y extranjeros, que va más allá de lo inmediato. Esto demuestra que se puede estar unidos, que es posible hacer cosas desinteresadas por los demás, que hay en los mexicanos ese deseo de comunidad, que en situaciones normales no tenemos tanto.
Pero tanto la psicología como la sociología dicen también que pasadas unas cuantas semanas de la emergencia, toda la solidaridad (la de la mayoría de las personas) se puede convertir en todo lo contrario. Que después de poco tiempo, ya cuando se haga "normal" el asunto, la gente empezará a dividirse de nuevo (ya lo estamos viendo en algunos casos), y meses después volverán a la misma actitud tóxica, ególatra e interesada de siempre.
La pregunta (o el reto) es si se puede mantener la empatía, si las personas que han sacado a relucir más su humanidad, pueden continuar con esa actitud hacia el futuro, y si esto puede ser un factor de verdadero cambio en la cultura, que permanezca para siempre.
APUNTE SPIRITUALIS. Que se demuestre que somos seres racionales capaces de hacer mucho más de lo que la psicología y la sociología predicen que vamos a hacer. Burlemos a esas predicciones y mantengamos la empatía cuando la emergencia termine.
