Sin trazos visibles de meta o gestión sobresaliente por alcanzar, el Gobierno de Nuevo León se desliza a la deriva. Sin propulsión propia ni timón controlado, a 19 meses de asumir Jaime Rodríguez como gobernador independiente de Nuevo León, la entidad solo despunta en inseguridad recrudecida, endeudamiento, contaminación, y… disparates gubernamentales.
Del Gabinete original de una nueva independencia apenas retazos quedan. Figuras clave le han renunciado. Sobran rumores de agrias disputas con sus colaboradores restantes, inmersos en intrigas palaciegas. A meses de haber sido vandalizados, los vitrales rotos del Palacio de Cantera –aún sin reponer–, son metáfora de una administración al garete que fenece en forma prematura sin resolver lo elemental.
Jaime Rodríguez, como en la fábula del rey desnudo, no espera quién le grite su verdad. Sabe que de su mandato poco ha sabido que hacer, excepto jugar a gobernar desde Facebook. Su principal promesa electoral (limpiar expedientes de corrupción) la trastocó de lo que pudo haber sido un proceso judicial modélico, a una presunta farsa fallida contra su antecesor y su equipo.
En la maraña corruptora del Cobijagate –marca indeleble de su sexenio–, se solapa una burda maquinación: simulan comprar cobijas, simulan que las entregan, se pagan a precio inflado, y si se descubren, se autoimponen una multa administrativa irrisoria para una millonada que ya salió. A la presunta colusión para pagarlas arriba de su valor, se añade que nunca entraron a las bodegas del Estado. Un pago por nada.
En sus declaraciones, sin embargo, Jaime Rodríguez hace como que no distingue entre hecho delictivo y hecho noticioso. Los mezcla para exhibir a la prensa como un estorbo necio a la verdad gubernativa. Si el ilícito es noticia añeja entonces, según su credo, no hay delito que perseguir o rendición de cuentas que satisfacer. Redirige la mirada acusadora a los que insisten en la notoria impunidad y afirma sin prueba: “algunos medios causaron quebranto financiero a Nuevo León”. Si tal es su acusación ¿qué espera su Procuraduría para iniciar investigaciones? Su silencio es cómplice.
Pero para El Bronco, el Cobijagate ya es historia (“¡ya olvídate de eso, compadre!”). Si persiste el cuestionamiento, el Ejecutivo entonces difama a los reporteros: “de seguro les deben estar pagando porque no hay noticia que resista dos días”. Impone así un plazo arbitrario después del cual, una prevaricación, si ya no es noticia tampoco es delito.
En su autoritarismo recrudecido, la libertad de expresión es sujeta a atropellos. En pleno festejo a los maestros, a uno manifestándose en la vía pública, ordena que “lo metan más al bote”. Pero siendo tan pacífica su protesta no pudieron ni meterlo a los separos municipales pese a la consigna del gobernador. Por ahora Antonio Cota, de la Coordinación de Regiones, la libró. Pero puede verse cómo Jaime Rodríguez se torna represivo. En la paradoja, décadas atrás, como líder estudiantil de Agronomía sí hacía protestas violentas, secuestraba camiones urbanos y trastocaba la circulación vial (de ahí su apodo), hasta que topó con un Martínez Domínguez que lo cooptó para el PRI.
Pregonero de la desinformación y de la desculturización (ha sugerido a los nuevoleoneses dejar de leer periódicos y canjearlos por Facebook), recomienda para abatir la delincuencia, el maltrato correctivo (en realidad la violencia doméstica) a menores de edad, tanto en el hogar como en la escuela. Ello porque dice ver en la raíz del delincuente, a un “mal educado” porque “no le pegaron con la chancla”.
Así afirma que “la mayoría de los delitos son cometidos por jóvenes que fueron malcriados”, porque en su infancia no los tundieron a golpes. Por eso extiende hasta el aula su castigo golpeador: “regresémosle el poder al maestro, ¡que agarre la chancla igual que la mamá!”. Pronta a su llamado, una maestra en Salinas Victoria inmoviliza con cinta canela a un niño travieso de siete años y lo exhibe a la burla de sus compañeros. Puntada final del mandatario que promete que su Gobierno respaldará a los maestros de Nuevo León que castiguen físicamente y golpeen a sus alumnos, ya que: “si nuestros hijos se portaran bien, ¿ustedes creen que necesitaríamos policías?”.
Una petulante quimera de peligrosas ocurrencias, deshilachadas y fugaces (¿qué pasó con su policía secreta?), es lo que acaso queda de un gobierno que ahora recomienda chanclazos a los menores para “educarlos” en la escuela y en el hogar. Llevado al poder por una sociedad regiomontana que se le entregó en las urnas desde la precaria noción simplificadora de que, para resolver problemas sociales los candidatos sin partido son mejores.
No son ni lo serán, mientras la sociedad no se involucre en tener mecanismos mejorados para una participación más directa en la conducción de la administración pública.