El final del episodio Barrera podría considerarse como feliz, pero está lejos de ello.
Feliz porque el periodista -exdirectivo de este diario, amigo de muchos del círculo rojo jalisciense- regresó a casa sin daños considerables (pese a los tablazos recibidos de parte de sus captores) y con la posibilidad de platicar la amarga experiencia con su público y la comentocracia.
Pero no, dista de ser agradable por múltiples razones.
La evidente, que no es regla. Miles de mexicanos desaparecen en este país de forma regular a partir del ejercicio violento del crimen organizado, sin que hay manifestaciones o presiones de los medios que pidan por cada caso una actuación más certera y ágil de las autoridades. La estrategia de seguridad es fallida a niveles alarmantes. Algunos dirán que la visibilidad ya no es un escudo hacia la violencia de los carteles, pero nunca lo fue. En la historia mexicana hay infinidad de casos de periodistas de renombre asesinados o con atentados en su contra fallidos. Manuel Buendía, Jesús Blancornelas o Javier Valdez entre los muy conocidos periodistas víctimas de la violencia.
La siguiente es la polarización. Familiares de Barrera no ayudaron en demasía a atenuarla en las horas y minutos posteriores a su desaparición, al reclamar a periodistas y medios el relatar sobre el suceso y datos que habían obtenido. Más aun, el reclamo provenía de las mismas fuentes que, con anterioridad, justificaban tanto la estrategia de seguridad como los ataques a la prensa por parte del poder -bueno, de parte de él-.
Esta polarización terminó por empañar aun más los acontecimientos posteriores. A la aparición de Jaime Barrera, comenzaron las suspicacias digitales -algunas, de forma evidente, movidas desde las granjas contrarias a Morena, donde milita la hija del comunicador- sobre las razones y realidades del levantón. Las sospechas sobre la veracidad cilindreadas desde las redes enturbiaron la discusión real, esa que no debemos de perder de vista: lo inútil de los planteamientos actuales y futuros sobre la seguridad ciudadana.
No es un país normal en donde ciudadanos deben ir a una manifestación que clama por la liberación de un periodista para reclamarle a los asistentes -comunicadores, reporteros en su mayoría- que no se indignen de la misma forma por las desapariciones diarias de ciudadanos de a pie. No es normal que el presidente de la república evada hablar del tema -menos de un minuto dedicó al tema tanto el martes como el miércoles- y dedique horas al ataque de otros periodistas. No es normal que se vea como rutinario el escrutinio del crimen organizado a los contenidos en periódicos y programas de radio y televisión. No es normal que haya desconfianza entre todos los actores de poder como si eso no creara grietas adecuadas para que el verdadero poder sea el del narcotráfico.
Por ello, lo que pasó la madrugada del viernes es un final pero muy lejano a la felicidad que se esperaría para un levantón.