Enrique Alfaro convocó a una reunión ayer en la mañana donde dio a conocer el plan para solventar la crisis vial del sur de la ciudad. Hasta ahí, parecía algo común dentro de las obras del alfarismo, una más de las acciones que tratan de cimentar a esta administración como algo distinto a las demás.
Lo sorprendente fue ver quienes se unieron a esta idea controladora. De pronto, periodistas, conductores y comentaristas de medios que hasta hace tres semanas eran contrarios al gobernador transformaron su discursos para llenarlo de comentarios positivos o, incluso, aduladores. Alguien hizo la obra de hacer cambiar el parecer de un puñado de periodistas jaliscienses que, ahora, ven el valle florecer.
Lo mismo sucede en las instalaciones universitarias, donde mantas y pintas se esfumaron como en acto de magia. Los reclamos de estudiantes por mayor presupuesto desaparecieron de las calles y la Suprema Corte -esa que aborrece el presidente- determinó que el presupuesto universitario no fue tocado al sustraer del cálculo el dinero para el polémico museo que se encuentra frente al Auditorio Telmex.
Al mismo tiempo, Alfaro anunció una reunión entre el rector, el Secretario de Gobernación y él mismo. Figuras confrontadas por discurso y ambición, los tres buscarán acuerdos para sacar adelante el entuerto que dejó el ‘Licenciado’.
Reuniones como estas están en boga en Jalisco. La repartición del legado y el poder se lleva a cabo con velocidad entre los grupos de control de la Universidad de Guadalajara. Algunos querrán la parte administrativa -el dinero- y otros el legado cultural -el poder-. A la mitad, se encuentran los que vieron oportunidades a partir de la cercanía a Padilla López y descuidaron formas y tiempos con miembros del núcleo compacto y hasta del poder político. Los cambios en los aires políticos de Jalisco vienen de la mano de estos acuerdos.
Otro milagro se dio ayer en la tarde. El Gobierno de México logró vender el mentado avión presidencial comprado en más de 200 millones de dólares a un precio de remate de menos de la mitad. La compra la hizo un gobierno cuya población vive en la pobreza, que no tiene aeropuertos pavimentados y cuyo único vuelo comercial internacional solo llega a Moscú. Uno debería preguntarse de dónde sacó el dinero la dictadura de Tayikistán para dicha compra. Más aún, pareciera que el gobierno de México no tuvo empacho de negociar con dictadores y autoritarios con tal de sacar el entuerto aéreo, así fuera con pérdidas.
A la mitad, la ira presidencial continúa en crecimiento. Los enojos de López Obrador hacia quien piensa o actúa de forma distinta a lo que desea se vuelve no solo parte cotidiana de su propaganda matutina, sino mantra repetido en redes sociales tanto por actores políticos reconocidos como por granjas y bots controlados algunos en territorio nacional y, otros, en territorios asiáticos.
Entre estos milagros está uno gozoso: el premio a Elena Reygadas. El presidente no quiso -en su felicitación- decir el nombre del restaurante de la chef galardonada. Pero lo conoce: uno de sus hijos es comensal.