El miércoles en la noche dos hombres montaron en una motocicleta y rociaron de ácido a una mujer en San Juan de Dios, una de las zonas más transitadas de Guadalajara. La víctima fue trasladada a un hospital donde le negaron el servicio, ante el pretexto de no tener datos sobre su seguro médico y las posibilidades de pago.
Cuando llegó a un nosocomio que no violó la ley -ningún hospital puede negar la atención en una situación de emergencia y esta la era- el diagnóstico era claro: 60 por ciento del cuerpo de la mujer tenía quemaduras de primer y segundo grado. La mayoría de estas en cara, pecho, brazos, manos. El episodio es dantesco pero tiene un matiz: es una mujer transgénero. Eso cambia mucho la condena social y gubernamental.
Hoy en día, hay un sector social que repudia a hombres y mujeres transgénero; no solo eso, los segregan desde posiciones que aducen libertad pero reflejan otra historia. La noche siguiente al ataque, el programa de Hernán Gómez presentó una mesa sobre mujeres transgénero y su inclusión social.
Curioso, no se invitó a ninguna de ellas, al contrario: su principal voz fue una mujer cercana al gobierno de la Ciudad de México y que es conocida TERF -Transgender Excluded, Radical Feminism-. En ese foro, la activista insistió que las mujeres transgénero deben de hacer su movimiento aislado del feminismo porque sus vivencias no son las de una mujer.
Serpiente que se muerde la cola. Pero si en el activismo hay estas inconsistencias en donde la discriminación es bien vista y hasta aplaudida, en el poder las cosas son peor. En Jalisco, Andrés Treviño salió con energía a condenar el ataque del miércoles. La Fiscalía prometió encontrar a los culpables -como ha prometido cientos de casos en donde su inoperancia es ya cualidad en lugar de excepción- y…nada.
Ningún mensaje del alcalde, menos del gobernador. El poder desde lo más alto en silencio ante el terror a una minoría, Y, por supuesto, sus subalternos -esos que se dicen de vanguardia- prefirieron quedarse callados. Pareciera que la orden fue que solo saliera la condena de la oficina encargada. Que nadie se contamine de un asunto “sórdido”.
Porque la homosexualidad y lo no binario, los géneros sexuales fluidos, los transgénero no son temas que nadie en los gobiernos actuales quiera tocar o apoyar.
López Obrador no lo dirá en voz alta, pero detesta el tema del aborto y los matrimonios homosexuales. Cualquiera que lo conozca sabe la urticaria que le saca ese tipo de cuestiones que están lejanas de sus creencias religiosas, cada vez más cercanas al ejercicio de gobierno.
Alfaro ha sido más claro en su posición, por lo menos no ha caído en la hipocresía de otros actores políticos que se asquean ante los cambios sociales que son, ya, irreversibles. Lo sorprendente es que no haya políticos que tomen las banderas y ganen ese sector que sí piensa que los derechos son de todos y debemos respetar para evitar que, en un futuro, esa intolerancia termine por arrollarlos.
Ni siquiera las nuevas promesas políticas quieren entrarle a eso. El miedo a perder una base que termina por no votar por ellos por parecer de vanguardia aunque, en realidad, sean de retaguardia.
Y eso retrata al país, un fango de intolerancia solapado por nuestros miedos y prejuicios.
Y nos decimos modernos.
Gonzalo Oliveros